«Estas memorias son lo mejor que ha salido de la pluma de Melchor Saiz-Pardo»
Melchor Saiz-Pardo en torno a los 17 años |
El impertinente
Las memorias que Melchor Saiz-Pardo ha publicado en este
diario nos traen una Granada que parecía definitivamente perdida. Viene con su
sabor, con su latido, con su aroma, como si el tiempo pudiera rescatarse a
placer. Es profunda la memoria de este hombre inquieto, andariego, que transita
de la mañana a la noche Granada como un Ulises a la búsqueda de Ítaca,
recalando en los más variopintos puertos, desde los imperiales a los de baja
estofa. Por ello, es uno de los más fieles testigos que ha tenido la ciudad. Soterrados
secretos, indecibles, turbios, están en la memoria de este curioso impertinente.
Así, “memorias impertinentes”,
las llama. ¿Pero son realmente impertinentes? No, para lo que podrían ser. Pero
Melchor Saiz-Pardo es un hombre prudente. De otra forma, no habría logrado
llevar a buen puerto la nave de su diario en los agitados estertores del
franquismo. ¡Qué diestro almirante! Admiro esta capacidad en la que se alían el
estratega con el bucanero.
Están bien
escritas estas memorias. Son amenas. Para mí, es lo mejor que ha salido de la
pluma de este columnista indómito, que todas las mañanas nos libera del amargo peso
de la realidad con su humor cervantino. Memorias puntuales, ensartando unos
recuerdos con otros, como quien sueña o cuenta chistes o va de una atracción a
otra en la feria, y precisamente por ello legibles, apasionadas, impactantes.
Extraño misterio que usando todos las mismas palabras, haya textos planos,
farragosos, adocenados, y otros llenos de relieve, vértigo y vida, como estas
memorias.
Escribimos como somos, y Melchor
no podía sino escribir así, porque sigue contemplando la realidad como si cada
vez que la mira fuese nueva, distinta, como el niño que descubre un mundo
inexplorado. De ahí que tenga apetencia de historias, de anécdotas, de hazañas,
de proyectos y azares. Lo ves, y sigue siendo el adolescente que teñía de
optimismo y suspense la vida de sus amigos.
Me han
sabido a poco estas memorias. Espero que el autor se ponga a la tarea y pronto
las veamos reunidas y ampliadas en un libro. ¡Cuanto más gordo, mejor! Nada de
esos escritos lights que apenas llegan desmayados a las cien paginillas. No,
unas memorias en toda regla. ¡E impertinentes, sí! Pues la vida real es inconveniente,
y es en esas inconveniencias donde se halla el atractivo y de donde surge la
reflexión. Y es que nadie logra ser sublime hasta la sepultura. Recordarnos que
somos humanos es la labor del cronista, y Melchor tiene la rara habilidad de
lograrlo.
He
recortado estas memorias. Textos como los dedicados a los humoristas de IDEAL,
o a sus linotipias, o a las diversas censuras franquistas, tienen la frescura
de encontrarse en presente, de vivir ante nosotros. Los recuerdos de Melchor
nos hacen eternamente jóvenes y muestran la vieja grandeza de una Granada que
no había menguado aún.
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 2 de octubre, 2012
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