«Enrique
Morón es un triángulo»
El número 3
(presentación de "Tríptico del desamparo", de Enrique Morón)
¿Cómo es Enrique Morón? Tal vez parezca improcedente que
comience así la presentación de un libro, pero es que nos manifestamos en todo
cuanto nos rodea, y si hablamos de literatura, ésta nos retrata. Extraño
misterio que usando todos las mismas palabras, éstas revelen nuestra
singularidad. ¿Y cómo es entonces Enrique Morón? Aunque somos amigos desde hace
muchos años, no me voy a servir de nuestras vivencias, sino justamente de su
obra, para llegar a él.
Lo primero que llama la atención
es su fijación por las trilogías. Hoy presentamos la última de ellas, la del
desamparo, pero antes le han precedido las del esparto y el asfalto. ¿Por qué
siempre tres? Tres obras compuestas a su vez por tres obras. Tres veces tres.
Pienso que la trilogía es
intrínseca a Enrique Morón porque es un hombre triangular, es decir, un hombre
en el que hay tres hombres: el campesino, el urbanita y el que contempla a
ambos. O dicho de otra manera: El niño, el joven, el maduro. De esta forma
Enrique Morón es a la par uno y trino, como las personas del Verbo. Yo, tú, él.
No es gratuito que, en sus “Odas numerales”, diga del tres, entre otras cosas,
que:
Te haces valer
y vales como el oro.
Tiene garra tu
voz. Prieto y punzante
y al mismo
tiempo mágico y sonoro.
¿No es
acaso un retrato del autor? Un autor que conjura los extremos para
transgredirlos y superarlos. Vida, muerte, eternidad.
Encarnado como ha encarnado Morón
el arquetipo del tres, no podía contemplar la realidad sino en tres fases: Tesis,
antítesis, síntesis. La tesis es el medio rural, el elemento terreno del que
nace todo, la fuente de las comparaciones, la relación en torno a la cual se
ordena el mundo. La antítesis es la ciudad, para Morón epítome del vicio, de la
perdición, de la angustia. Y la síntesis es su interior, que no se deja
condicionar por la paradoja, sino que la trasciende en una mirada que lo abarca
todo y que está llena de compasión. De ahí que los personajes que elige sean
seres desgraciados, entregados al fatum, golpeados por las circunstancias.
Morón está habitado, pues, por
tres hombres: uno de ellos es extravertido; el otro, introvertido; y el
tercero, íntimo. El primero es jocoso, lleno de humor, divertido, dicharachero
y bromista. El segundo es serio, concentrado, taciturno, silencioso y distante.
Y el tercero, unión de los anteriores, es el escritor mismo, y está lleno de
percepción, sabiduría, y también, mucha, mucha ternura. Por eso también es el
amigo. Éste es el Enrique Morón que disfrutamos quienes gozamos de su amistad,
aunque no es fácil llegar a él y constituye todo un proceso iniciático. De
hecho, muchos lo confunden con alguno de los dos primeros, y se quedan ahí,
detenidos, viendo sólo al ameno y elocuente contertulio o al gélido,
ensimismado meditador. Pero desde luego no cabe duda de que la lectura de sus
obras es el mejor camino hacia el tercer Enrique Morón, el menos conocido, que
es ambos Enriques y completamente distinto de ellos.
Y esos tres hombres están en “Tríptico
del desamparo”. La pieza que abre el libro, “Canción de otoño”, ha sido escrita
por el Enrique rural, extravertido, astuto, locuaz y satíricamente crítico. En
“Barrio de la Trinidad”, la pieza que cierra la obra, está el Enrique urbanita,
es decir, receloso, sufriente, desarraigado, abrumado por la culpa de los
apetitos humanos. Y en “Los hijos de María Morales”, pieza central, se halla la
síntesis, el Enrique comprensivo que se mira a sí mismo y a los demás,
indulgente con las mayores debilidades y bajezas, es decir, el Enrique Morón
que ha aprendido a amarse, pues puede fallarle todo a su alrededor, pero se
tiene a sí mismo.
Y es que la vida no fue fácil
para nuestro autor, pues aunque económicamente no tuvo nunca problemas, sí los
tuvo emocionales, ya que su padre murió cuando sólo tenía cinco años, y su
madre cuando contaba dieciocho, y su única hermana ingresó en un convento.
Tuvo, eso sí, la inmensa suerte de un tío ejemplar, que siempre estuvo a su
lado, y también de encontrar a su esposa, que le ha prodigado un afecto
incondicional.
Puesto que Morón supo que estaba
solo y lo supo muy pronto, determinó que contaba consigo mismo. Y éste es el
Enrique poderoso, más allá de las veleidades mundanas, al que no tientan ni la
fama ni el dinero, amigo de sus amigos, aquél para el que la literatura es vida
y la vida literatura. Éste es el Morón
que siente empatía por los seres golpeados, lanzados a los embates de la vida,
por los débiles que se hacen fuertes y por los perdedores que siguen a pesar de
todo.
En “Tríptico del desamparo”, nos
encontramos tres situaciones adversas: Magdalena se enfrenta al interés y a la
hipocresía, y los vence; María Morales es arrancada del campo a la ciudad, debe
padecer la prostitución de una de sus hijas y, a pesar de ello, sigue adelante;
y Remedios trasciende la drogadicción de dos de sus hijos en el amor desmedido
hacia el tercero, un disminuido físico y mental. Los tres personajes gozan de
una extraña resignación, de un acatamiento de la vida, sea la que sea, que nos traslucen
la serenidad de su autor y una de las claves de su sabiduría: no te revuelques
nunca contra lo que te es incómodo o desagradable; más bien, déjalo estar,
ignóralo si puedes, quítatelo
elegantemente de encima; y si no, quítate tú de en medio, aunque esto último
siempre aparece como una lejana posibilidad.
Es la filosofía que practican sus
personajes porque, como en los sueños, todo lo que aparece en las páginas de los
libros son facetas nuestras, por más que nos hayamos inspirado en otros.
Quienes nos rodean son un espejo de nosotros mismos, y nunca es más verdad esto
que en la literatura. Enrique Morón escribe para que nos conozcamos en su
propio espejo, y también para conocerse él mismo. Por lo demás, pinta con
pericia los tipos y su lenguaje, como si copiara del natural. Cuando asistimos
a las conversaciones de los hermanos de Magdalena y sus cuñadas, un trozo de la
vida provinciana estalla ante nosotros, y nos asfixiamos en el ambiente en que
aún se asfixian tantos seres humanos; los diálogos son tan significativos, que
todos los hemos escuchado alguna vez y podríamos ponerles nombres y apellidos.
La situación de María Morales, por otra parte, ¡se ha dado tantas veces en la
España del desarrollismo! Es la ruptura del sueño de progreso que tanto hemos
escuchado o sentido. Y las vicisitudes de los drogadictos Vanesa y Óscar no son
sino el desencanto de la modernidad española, ese espejismo de inconsistencia,
mentiras y droga, como muy bien expresó Jaime Chávarri en su genial película.
Este tríptico de Enrique Morón
encierra, pues, la historia contemporánea española, desde los primeros milagros
económicos hasta la democracia y el pelotazo. Pero la amargura, como hemos
dicho, es neutralizada por la compasión. Esto retrata a Enrique Morón como un hombre
de su tiempo, con una mente ancha y sin prejuicios, y hace que su obra no sea
escapista, sino estéticamente política, dramáticamente social. El presente
queda desvelado de forma lúcida e inmisericorde, sin disfraces ni palinodias, con
la vacua clase social nacida al amparo de la corrupta política española al
frente. De modo que el fracaso, el egoísmo y el desamor de los personajes de
“Tríptico del desamparo” son el fracaso, el egoísmo y la insolidaridad de la
España contemporánea.
El autor utiliza la realidad como
palanca para profundizar en la condición humana. Quiere esto decir que su
objetivo no es la crítica social por sí misma, sino el corazón de los hombres, aunque,
en aras de explicar sus mecanismos, utiliza las herramientas que le proporciona
la sociedad en la que vive. De otra forma se habría quedado en el panfleto,
como les ocurre a tantos escritores llenos de ridícula codicia, que tratan de
“retratar a su generación” y lo único que consiguen es retratar sus prejuicios.
De ahí que Enrique Morón sea un escritor
a secas, un dramaturgo en este caso, y no un escritor social, y por tanto no
sea inocuo ni sirva de adorno de los políticos (como tantos escritores que se
denominan así, “sociales”), sino que es un creador subversivo, como lo es toda
la literatura genuina. Y desde luego, en la literatura de Enrique Morón, no hay
esperanza para este desgraciado país, pero tampoco hay condena, lo que hace que
la herida sea mucho más lacerante. Al final, entre la pureza y la corrupción,
está la mirada artística, que las trasciende a ambas, es decir, está el número
tres que supera e integra la dualidad de los extremos.
Por ello, la literatura es
inseparable de la vida de Enrique Morón y rezuma tras cada paso que da, palabra
que pronuncia o copa que bebe. Es como un Dios que, con su piedad, transforma
las aristas y la crudeza del mundo. En definitiva, el número tres es inseparable
de Enrique Morón. Él es un triángulo, y toda literatura que se precie es
también deudora del triángulo. Como expresa en su oda, que ahora cito completa:
ODA AL NÚMERO 3
Tu realidad de
mar, agria, lejana;
turbias olas
anárquicas y amenas
en corazón de
estirpe castellana.
Y tus curvas
parecen dos ballenas
en límite de
labios ambiciosos
con los
dientes ocultos y las penas.
Eres recio,
viril, altivo, hermoso.
De una cadera
celta, de otra moro;
apasionado,
cruel, supersticioso.
Te haces valer
y vales como el oro.
Tiene garra tu
voz. Prieto y punzante
y al mismo
tiempo mágico y sonoro.
Sobre tu mar de sol agonizante,
yo te he visto
sangrando muchas veces
flotando entre
los naipes y los peces,
náufrago del
azar y del diamante.
Así van sus personajes,
“náufragos del azar y del diamante”. Pero no están solos, porque el autor los
acoge en su seno y los ama. He aquí por tanto un libro que es tres obras en una
gran obra. Un libro que es sobre todo y por encima de todo un hombre triangular.
Y puesto que es un hombre triangular, nos ofrece la vida en toda su desnudez y
también en toda su maravilla. Sociedad, Individualidad, Arte. Número 3 que os
espera para embargaros. No tenéis que hacer nada, sino simplemente leer la
trilogía. Todo lo demás se os dará por añadidura.
GREGORIO MORALES
Palacio de los Condes de Gabia, 24 de enero, 2013
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