«¿No
habrá nada, nada, que no cambie, que sea fiel e idéntico a sí mismo?»
Absoluto
Impresionante la imagen que anuncia en la Acera del Casino
la exposición sobre los fotógrafos estereoscopistas franceses. Sabemos que es
Granada porque se muestran inconfundibles las torres de la Virgen de la
Angustias, la linterna del palacio de Bibataubín y más lejos la iglesia de los
Escolapios, ¡pero nada o muy poco del resto parece haber permanecido a pesar
que sólo han transcurrido 150 años!
Extraño que siendo la misma,
aquélla sea una ciudad radicalmente diferente de ésta. ¿Cómo es posible?
Difícil de comprender que en un siglo y medio una ciudad cambie tan radicalmente.
Y, sin embargo, todo en la vida es así. Son cambios graduales, imperceptibles,
uno aquí, otro allá, pero que, a la larga, revelan lo que es la existencia: una
transformación sin pausa, como los mares que hoy son montañas, como los gases
que hoy son estrellas, como las estrellas que hoy son agujeros negros.
No hay nada permanente, sino un
eterno cambio que hace suponer que el cosmos es un espejismo y que, como todo
espejismo, fluctúa, tiembla, cambia de forma, se desvanece o se muestra. ¡Pobre
de aquél que crea en la solidez! Lo sólido es un concepto de la mente pero no
tiene existencia real. Como Granada no es la ciudad que fue hace 150 años ni la
que será dentro de otros 150, así nuestra vida es también un vario y cambiante
río.
Como aquellas civilizaciones
perdidas que emergen estrato a estrato, desde el más moderno al más antiguo,
así es nuestra biografía, una sucesión de capas, de yacimientos, de edades. He tenido
ocasión de comprobarlo al entrar en la casa paterna y tener que oficiar de
escrutador y tasador de cuanto allí se fue acumulando a lo largo de casi seis
décadas, desde el matrimonio de mis padres hasta la muerte del último de ellos.
De esta forma, ha ido apareciendo mi pasado, el reciente, mis novelas, mis
artículos, mis viajes, pasando por el medio, mis hijos, mi boda, mis estudios
universitarios, hasta llegar a la más lejana niñez, mis dibujos, mis juegos de
ilusionista, las tarjetas, cartas y felicitaciones escritas a mis padres y
hermanos, mis primeras calificaciones…
¡Qué vértigo! Era a la par Heinrich
Schliemann descubriendo Troya y Troya
misma, era el investigador y el investigado, el hombre frío y lúcido que tasa
el pasado y el hombre que contempla con emoción las metamorfosis de su vida.
Gusano, crisálida, mariposa, así he sido, así somos, y si tenemos la ilusión de
permanencia es porque los cambios circulan junto a nosotros a diferente ritmo,
y el Sol, con un ciclo de miles de millones de años parece no cambiar, y una
ciudad cambia sólo ligeramente, pero ahí están las fotos o las excavaciones de
los arqueólogos o los cálculos de los científicos o la muerte de nuestros seres
queridos para mostrarnos la impermanencia del mundo, desde lo más grande a lo más
pequeño, desde las galaxias hasta nuestro propio corazón.
¿No habrá nada que no cambie, que
sea fiel e idéntico a sí mismo? Tal vez la energía, dirían los físicos. Tal vez
Dios, dirían los creyentes. Y uno comprende la larvada angustia de la humanidad
y el ansia imperiosa de absoluto. Hasta Einstein intentó encontrarlo en la
velocidad de la luz… ¡para toparse con la relatividad!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 22 de octubre, 2013
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