martes, 5 de noviembre de 2013

TERROR EN EL HOSPITAL

«¡Esto es un castigo a la enfermedad, no una compensación!» 

¡Así me sentiría si me encaman y me veo obligado a tragarme los programas de televisión que sintonice mi compañero! Escena del filme "La naranja mecánica" (foto: The Seeker Magazine
Terror en el hospital 

No le tengo miedo a la enfermedad ni a la muerte pero me aterroriza que alguna vez me encamen y verme obligado a tragarme los programas que sintonice mi compañero. ¡En mala hora se les ocurrió a los gerentes de los hospitales colocar receptores en las habitaciones! Un enfermo tiene derecho al silencio, tiene derecho a sus pensamientos sin que estos se vean afectados por las cromáticas sombras chinescas que refleja la pantalla. Los derechos de los pacientes sin recursos, que se aburren, que necesitan de la tele, acaban donde comienzan los de quienes desean estar a solas consigo mismos. Desgraciadamente los hospitales se han convertido en circos donde las televisiones espurrean sus comentarios banales y donde una multitud curiosa, molesta y parlanchina inunda cada tarde los compartimentos de los convalecientes. Algo que sin duda debe de agravar la enfermedad en lugar de curarla.
Ahora una brillante sentencia del juzgado de lo Mercantil nº 1 de Granada ha venido a señalar este cabaret hospitalario al considerar que las emisiones no son sino una red comercial que sirve espectáculos y que por tanto quienes se lucran deben pagar un canon por la captación y difusión de los programas. Se ha dictado contra el hospital Nuestra Señora de la Salud, pero podría ser aplicable a muchísimos otros a lo largo y ancho de nuestra palurda geografía. ¡Terrible servirse de los pacientes para hacer negocio allanando además sus derechos!
Para mí sería espantoso estar enfermo y encima tener que tragarme “La Voz”, o la pésima serie “Isabel” donde patéticos actores hablan como si tuvieran huevos en la boca, o ser martilleado por los repetitivos anuncios publicitarios, o ahogarme en las noticias estereotipadas y profilácticas de los telediarios, en suma, darme baños de estulticia y falta de inteligencia cuando lo que se necesita para curarse es precisamente claridad, amor y fuerza moral. Esa gran escena de “La naranja mecánica” en que amarran al protagonista a una silla y le ponen pinzas en los ojos para que tenga que contemplar forzosamente las imágenes se me viene a la mente. ¡Las televisiones en los hospitales son un castigo a la enfermedad, no una compensación!
Estos sanatorios nuestros no tienen nada que envidiar a aquellos lazaretos de antaño que semejaban una plaza pública donde timadores, cotillas, locos y curanderos se mezclaban con los achacosos en un nefasto totum revolutum. Lo que el hospital de la Salud debería hacer ahora es no sólo pagar el canon que le exige la sentencia, sino más aún, aprovecharla para desmantelar el kiosquillo, suprimir el pingüe negocio, irse con la música de los televisores a otra parte y dejar que cada paciente se enfrente a su destino con los medios a su alcance: revistas, libros, tablets, ordenadores portátiles ¡con auriculares! o simplemente sus pensamientos. ¡Y claro, impedir con germánica disciplina que en cada habitación se celebren vespertinas asambleas vecinales!
Así que éste es mi terror, mi pánico, mi pesadilla, aquello por lo que creo que me arrastraría moribundo por la solería de mi casa antes que poner los pies en un sanatorio. ¡Antes muerto que tragarme “Hay una cosa que te quiero decir”! En un país obnubilado y analfabeto como el nuestro parece que los únicos que conservan la consciencia son los jueces. ¡Cabal sentencia!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 5 de noviembre, 2013

2 comentarios:

  1. Nadie lo sabe bien hasta que no le toca padecerlo.
    En tres semanas que estuve con un familiar ingresado me tocó en suertes tres vecinos (TRES), y salvo la primera, que era persona sensata, educada y agradable, tuve el "gusto" obligado de conocer a un fiel seguidor de seriales cutres y programas castizos y populistas de "canalzú". Con el tercero, más de lo mismo, con el añadido que no se perdía un programa de esos mañaneros de un chaval que elige a una chavala entre una pléyade de candidatas que va descartando entre enfados y mosqueos de cada una de las rechazadas. Por la tarde, no podía faltar otro programa que empareja a personas mayores que llaman por teléfono para ofrecerse interesados a ser su pareja. Todo ello con el volumen bien alto, pues siempre tenía la habitación llena de visitantes y el enfermo no quería perder ripio.
    Lo consulté con el personal del hospital, me aconsejaron poner una reclamación; total, nada.
    Dí gracias a Dios cuando a mi familiar le dieron el alta, mitad por su curación y otra mitad por el alivio que supuso abandonar aquella tortura,
    A Dios le pido me conserve la salud y a los míos por no tener que soportar de nuevo aquel trance.
    Qué pena de enfermos y acompañantes.
    ...Y pensar que las clínicas privadas tienen a un solo enfermo por habitación...!Lástima de ser pobre en esta región! (o Comunidad) y no tener un seguro privado de los caros.
    Lo dicho, nadie lo sabe bien hasta que no le toca sufrirlo.

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    1. ¡Esa es la tortura que yo temo tanto padecer, Antonio, más aún tras escuchar tu espeluznante relato! ¡Yo también pido a los dioses no caer enfermo! Gracias por tu gráfico comentario.

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