«Incluso
una campesina analfabeta puede iluminar el corazón humano»
La Tilli en los verdes campos de Huétor Tájar (Granada), con un azadón en la mano derecha y su libro de poemas "La campesina" (editorial Dauro) en la izquierda (foto: Cadena Ser) |
La Tilli
Dicen que apenas sabe leer ni escribir pero eso no le ha impedido
publicar a sus 74 años un primer libro de poemas que le han transcrito, versos
cándidos, naïfs, pero que son bellos porque laten con el acento de la verdad,
como los cuadros de Maripi Morales. Jacinta Ortiz, “la Tilli”, no ha necesitado
papel ni lápiz para pergeñar sus poemas, sino que los ha escrito en su memoria,
ese iPad que ha utilizado la humanidad desde el comienzo de los tiempos y al
que no se le agota la batería ni hay que estar mirando cuando se recita un
poema, como tantos vates olvidadizos de su lírica.
La Tilli compone y recita de
memoria como los bardos antiguos, como un Manuel Benítez Carrasco redivivo, con
la antigua magia de la poesía, que a estas alturas del siglo XXI no ha
renunciado a ser cantada y cuya esencia tradicional sigue respirando en los
tuétanos del pueblo. La Tilli es simple y directa, celebra las cosas de cada
día y podría pasar por un poeta de la Experiencia si no fuera por sus rimas, que
la acercan a la Diferencia, sólo que de ambas la separa la fidelidad de sus
neuronas, aunque no la falta de cultura, porque la poesía se escribe con
humanidad y no con títulos universitarios.
Cierto, la Tilli se ha pagado “La
campesina” (Dauro) de su propio bolsillo, ¿pero cuántos escribidores que se
consideran cabales y que frecuentan los círculos literarios no hacen lo mismo?
Pagar por publicar degrada al escritor, pero a la Tilli la dignifica, porque una
mujer que ha criado sola a cinco hijos y ha tenido una vida áspera no debe de
andar en la abundancia.
Los poetas y escritores pardillos
pagan por publicar movidos por la ambición, por sonar en el mundillo, por
regalarse una de esas presentaciones panegíricas a las que te invitan para que
hagas de palmero y luego les compres el libro, pero lo que la Tilli ha pagado por
su amor a la palabra es una afirmación de vida, un clamor de dignidad, un
regalo para demostrarnos que incluso una campesina analfabeta puede iluminar el
corazón humano; es la constatación de que la vida más hermosa no es la más
accidentada sino la más humilde; la corroboración de que se puede llegar a uno
mismo sin moverse del terruño y que por tanto los rascacielos no son
necesarios.
Es más valiente una vida como la
de la Tilli que otra nómada y cosmopolita como la de Rilke. Cuando a partir de
ahora los culturetas me hablen de sus estancias en Nueva York, yo pensaré en la
Tilli y me sonreiré. Más allá de sus ripios y de sus balbucientes rimas, es
universal, y sus experiencias son un antídoto contra la fatuidad. La aparición
de la Tilli pone tan en solfa algunos de los inveterados tópicos del mundo
literario, que dará que hablar, más aún cuando promete vengarse en un próximo
libro de un reciente desengaño amoroso. ¡No le arriendo la ganancia al que la
desdeñara!
Entre las retahílas de melifluos
poetas, glosadores y pródigos de ditirambos con que se adoban los actos
literarios granadinos, me quedo con la Tilli en sus suaves colinas de Huétor
Tajar. Se eclipsa el relumbrón… ¡gano las sombras!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 12 de noviembre, 2013
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