martes, 24 de diciembre de 2013

ORACIÓN DE NAVIDAD

«¡Noche amada, pon hoy en mí aquella intensidad!» 

Buda sabía muy bien que la iluminación no se puede alcanzar en la opulencia. La austeridad es la condición de toda plenitud (foto: Planeta Holístico
Oración de Navidad 

Noche del 24 de diciembre, mañana del 25, sois como un anzuelo que hace emerger de las aguas abisales otras horas idénticas a lo largo de mi vida. Como los estratos geológicos, como las capas sucesivas de una ciudad, me contenéis desde la niñez y todas las nochebuenas pasan hoy vertiginosamente ante mí. ¡Qué feliz he sido! Pero he sido más feliz cuanto más pobre y desarmado, y por eso, entre tantísimas noches parecidas, destellan deslumbrantes algunas de mi niñez, cuando el magro sueldo paterno volvía extraordinarios un Belén, un mantecado, un villancico, una rodaja de carne. ¡Inmerecidos regalos del Universo!
La pobreza es la condición del disfrute, la condición de la intensidad y también de la sabiduría. No en vano algunos de los dioses más adorados de la humanidad han nacido entre lóbregas ruinas, como el niño cuya venida celebra esta noche medio mundo; como Krisna, que sustrayéndose a otra matanza de inocentes, nació en una prisión; como Sakyamuni, que huyendo del lujo y de los placeres quiso convertirse en un hambriento asceta para alcanzar la iluminación; como Mahoma, que trascendió los límites terrenos en una recóndita cueva del monte Hira; como Mandela, que creció sobre sí mismo en un inacabable presidio. La opulencia es una droga que turba los sentidos, que estupidiza, que nos hace dormir en el deseo continuo, la ansiedad y la codicia, hurtándonos la magia del mundo, su misterio, la visión de sus mecanismos ocultos.
Noche amada, pon hoy en mí aquella intensidad. Quiero una noche rotunda, tan plena que dure eternamente, tan honda que vea cómo en cada ínfima cosa se agitan billones de partículas, tan clarividente que me aperciba de que una mota de polvo contiene el universo, tan invisible que pueda ver cómo mis pensamientos tocan a un niño de un poblado de África, escuchan a un viejo en un suburbio de América, confortan a una mujer en una aldea de la India.
Mágica noche, tráeme una mañana nítida, cristalina, como si fuera la primera mañana del tiempo, como si nunca antes se hubiera abierto la luz, haz que me maraville del milagro de un nuevo día y que la magra cena de hace unas horas haga singular un almuerzo rodeado de los seres queridos, los que se han ido, los que están, los que estarán. Haz que las palabras, la conversación, las risas, las confidencias lo rieguen todo como la más deliciosa de las salsas. Quiero que hasta los momentos tristes, las quebrantadas historias, las amargas tragedias, sean vistos con belleza porque son el único pasadizo hacia la plenitud.
Ubicua noche, incluso para un agnóstico como yo, eres una noche crucial, porque constituyes el símbolo de que quien no pasa por la penuria no ha sido alumbrado sino que permanece dormido en el inconsciente y está por tanto vedado para la apoteosis. Por eso los dioses y los grandes hombres han nacido entre escorias, huyendo de persecuciones y matanzas. Extraño que el desamor visceral engendre en algunos seres un empático amor hacia la humanidad.
Prodigiosa noche, que todo sea visto hoy a través de ese amor. Si me concedes el regalo, un solo trozo de pan será para mí el más maravilloso manjar. Lo demás te lo devuelvo. ¡Noche germinal, gracias por acunarme en tu seno!

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 24 de diciembre, 2013

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