«Buscan
confundir sin apercibirse de que el criminal acaba siempre delatado por sus
miedos»
Las llamas provocadas representan un beneficio para los criminales que las prenden Foto: photobucket |
Acorralados
Pavorosa semana de incendios en Granada. Quitando el de la
Facultad de Derecho, accidental, los demás han sido provocados. El lunes
ardieron los alrededores de Jun. Torrecuevas, en Almuñécar, comenzó a arder en
la tarde del martes. En la madrugada del miércoles, el fuego arrasó la Cañada
de Rojas, en Güéjar Sierra. A la madrugada siguiente, la del jueves, le tocó a
Lanjarón, con 60 hectáreas abrasadas hasta el viernes. Cuatro incendios
seguidos, uno cada día, y los cuatro contiguos al demoledor de Cenes.
¿Casualidad? Sin duda, pero algo en mí recela de tanto azar.
Apelo a esa
capacidad de remontarse sobre los árboles para ver el bosque, de abstraerse de
los detalles para vislumbrar el conjunto, esa facultad que les es conferida a periodistas,
escritores, policías, científicos y filósofos, y gracias a la cual se pueden
conjurar las apariencias.
¿Qué conjunto veo? Contemplo el
primer incendio de todos, el de Cenes, veo a los criminales que posiblemente lo
provocaron y los veo acorralados porque el grupo de Investigación de la Guardia
Civil no se ha tragado la patraña del ritual, ha centrado bien las pesquisas y
sabe dónde buscarlos. Tienen miedo y, por tanto, se han lanzado a una acción
desesperada para demostrar que los incendios no son sólo en Cenes, sino que se
dan en cualquier punto de la geografía granadina, empleándose en una quema
indiscriminada de la provincia para sacar a los investigadores del círculo que
se iba estrechando ante ellos.
Seguro que
son imaginaciones mías, puede que mi calenturienta mente me esté jugando una
mala pasada, cierto que estoy aventurando una hipótesis sin datos y, encima, me
estoy arriesgando a que me descalifiquen, a que me juzguen de peliculero, y la
verdad es que hay que ser temerario para afirmar lo que acabo de afirmar aunque
se piense. Pero estoy acostumbrado a que digan de mí las cosas más peregrinas,
importándome sólo lo que yo pienso de mí. Y no me sentiría bien si no expresara
este temor que tengo, esta idea persistente de que existe un grupo incendiario
que actúa deliberadamente para sacar provecho de las llamas, por lo que hay que
dar con él y hacer que el único fuego posible les surja a los mafiosos en la
imaginación y entre los barrotes de la cárcel.
¿Que me
equivoco? ¡Ojalá! Querría equivocarme una y mil veces porque, al menos, eso
implicaría una esperanza para el futuro, es decir, este año hemos tenido mala
suerte, ha habido cinco incendios en dos semanas, pero otros años los hados
serán más benignos y las llamas no devorarán tanta vida ni tanta belleza. ¡Por
eso quiero equivocarme! Pero si hay una mínima posibilidad de que no sea así,
si existe al menos un uno por ciento de que tras estos incendios haya toda una
organización delictiva, entonces no quiero arrepentirme del silencio ejercido
por miedo de ser juzgado.
Así que, en
mi opinión, estos cuatro incendios posteriores al de Cenes son una nueva pista,
una pista certera que conduce todavía más cerca de los autores, personas que
conocen bien el monte y la provincia y que han prendido unos fuegos fáciles,
algunos de ellos en matorral, con el único objetivo de distraer la atención de
Cenes. ¡Buscan confundir sin apercibirse de que el criminal acaba siempre
delatado por sus miedos!
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 9 de septiembre, 2014
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