martes, 27 de enero de 2015

"DESAVOLUCIÓN"

«Con paso firme, el alcalde de Granada y sus concejales han conseguido conducir a los granadinos a la Gambia de Yahya Jammeh» 

Portada del lúcido ensayo "Patas arriba. La escuela del mundo al revés" (1998), de Eduardo Galeano, quien, de haber conocido los usos y prácticas de las tres legislaturas de José Torres Hurtado al frente del Ayuntamiento de Granada, los habría hecho formar parte de su libro 

"Desavolución" 

Con paso firme, el alcalde de Granada y sus concejales han conseguido conducirnos a la Gambia de Yahya Jammeh. La demagogia populista con que se pavonean hace palidecer la de dictatorzuelos tercermundistas. Y es que hay rayos de luz que viajan a una velocidad inferior a la de la luz; animales que han evolucionado para ser más tontos, como el gato doméstico; y ayuntamientos del siglo XXI con el espíritu de las repúblicas bananeras del XX.
Alguno de estos munícipes vio un autobús «modelno» en alguna ciudad europea y se encaprichó de ponerlo en el centro de Granada, y, en aras de su sueño, se ha cargado el transporte público y el erario municipal, pero resulta que era para descontaminar y limpiar el tráfico, vaya, y la culpa del despropósito monetario es de la compañía. Rajan del tripartito de Moratalla, ¡y esto lo dice la peor corporación de que tenga memoria la ciudad! Satanizan a Podemos, porque están aterrorizados de que se rompa su cavernícola mayoría absoluta, pero ni siquiera con todas las apocalípticas falsedades que le atribuyen, sería peor que estas tres legislaturas al frente de un alcalde que lo ignora todo de Granada, al que los ciudadanos se la traen al pairo, destructor de comodidades, de rústico y nefasto victimismo, inútiles y desastrosas iniciativas, y de una arrogancia directamente proporcional a su ilustración inope.
Con uno de sus concejales al frente de la Diputación, para mayor inri, empeñado en una permanente campaña de imagen, es decir, de culto a la personalidad, como en los terruños de opereta, y que oculta de esta manera una pobre y arcaica gestión, como esa obsoleta página web diputativa, mal construida, confusa, donde no puedes siquiera pagar un impuesto si no tienes cuenta en los cuatro o cinco bancos con que se han enchufado.
Todo se ha hecho rancio en Granada, torpe, ineficaz, durante esta Edad Media de doce años, y las máximas figuras han sido del tipo Telesfora Ruiz, experta en decir «Diego» donde dice «digo», que peatonalizó la Carrera del Darro para despeatonizarla después, que se cargó los autobuses directos para después volver a instaurarlos por caminos oblicuos, que ha hecho del centro un agujero negro del que es difícil salir, y que, al modo de primera dama rumana en tiempos de Ceaucescu, ha escrito una novela donde gloría su estirpe.
¡Y se dicen avanzados! Pena que Eduardo Galeano no los conozca, porque formarían parte de su libro «Patas arriba. La escuela del mundo al revés», donde «el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos». En este tiempo, el peor enemigo de los granadinos ha sido su alcalde; y quien los ha inmovilizado, su concejal de Movilidad; y quien ha dilapidado sus caudales, concejal de Hacienda; y quien tiene como oficio confundir en nombre de sus adictos, concejal de Cultura…
Y sin embargo, el PP tiene personas que están en la vanguardia de las ideas, liberales que conocen de primera mano la modernidad y que habrían llevado viento en popa esta nave granadina, pero Dios los cría y ellos se juntan, y Torres Hurtado ha apiñado junto a sí a los de su estatura. ¡Pobre PP! ¡Qué «desavolución»! Sí, hay fotones que caminan a una velocidad inferior a la de la luz.

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 27 de enero, 2015

martes, 20 de enero de 2015

CAFÉ COMERCIAL

«El olor del café circula como una corriente oceánica, en sensuales vaharadas que vencen el espacio y el tiempo» 

El café Comercial de Madrid
Foto: Lo Real Invisible 

Café Comercial 

Leo a Cansinos Assens y aparecen fascinantes aquellos cafés por los que circulaba la vida de la nación, desde la política a la literatura, el amor venal y los emparejamientos, y que servían de hoteles, porque no cerraban nunca y había quienes pasaban la noche en ellos: Casa Fornos, la Granja el Henar, Lhardy, el Colonial, el Lyon… Yo conocí en Granada uno de estos cafés, el Suizo, que era también el centro de la vida cultural, política y social ciudadana, pero que murió en los 80 no se sabe bien por qué.
A veces es posible encontrar lo perdido en otros lugares. Yo he recobrado el Suizo en el Comercial de Madrid. Curioso que las ciudades grandes conserven lo que las pequeñas, por dejadez, vergüenza provinciana o cortedad de miras, tiran por la borda. Si quieres encontrar oficios tradicionales –zurcidoras, bordadoras, lañistas, trenzadores de anea–, o comercios antañones –botonerías, lecherías, coloniales…–, debes ir a Nueva York, a Madrid, a Barcelona…
Yo voy a Madrid a encontrar la Granada perdida, la que ha destruido la ignorancia de alcaldes como Pérez Serrabona, al final del franquismo, o el que tenemos ahora, el peor alcalde en quinientos años de historia de la ciudad. Así que voy al café Comercial… a evocar el Suizo.
¡Qué intemporal es el espíritu de estos viejos cafés! Allí, sobre uno de sus veladores de mármol, escribo este artículo y nadie repara en mí, hay esa atmósfera dulce, permisiva, en la que el rumor de las conversaciones es como el canto de los pájaros, la carraca de las cigarras o el crícrí de los grillos, es el silencio puro, y las ideas manan generosas, como si la tragaperras te regalara sus valiosas monedas. Se está confortable en este diáfano café cuyos amplios espejos reflejan en sordina el abigarrado bullicio de la calle Fuencarral y de la Glorieta de Bilbao. Tras los veladores, en un largo estante corrido, libros, muchos libros, para calmar la espera o acompañar a los solitarios. En una esquina, una chica estudia aplicadamente. Ante mí, una periodista entrevista micrófono en mano a un hombre de mediana edad. A mi izquierda, una pareja asiste a sus primeros escarceos. Aquí, unos jóvenes discuten apasionadamente. Allá, un matrimonio veterano toma unas tapas. Suenan con un tintín mágico las tazas y cucharillas, los camareros van y vienen, ascienden una y otra vez por las escaleras a la planta de arriba, donde presentan ruidosos un libro. El olor del café circula como una corriente oceánica, en sensuales vaharadas que vencen el espacio y el tiempo. Hay ojos en ordenadores, tablets y teléfonos, que aprovechan la wifi del establecimiento; y también sobre libros, el viejo y entrañable papel que se presta a la delectación y a las manchas de té…
El Comercial es más que un café, es la orilla de la Universidad, la antesala de los ministerios, la isla de los resistentes, el refugio de los modernos, el punto de encuentro de los afines, un enclave de civilización. Se comprende que seamos un poco más bárbaros cada vez que se pierde uno de estos cafés. Por eso Granada ha menguado al perder el Suizo y se ha hecho más fundamentalista, más tosca, más ensimismada. Le falta el ágora de su gran café. ¡Menos mal que basta recorrer unos kilómetros para volver a encontrarlo!

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 20 de enero, 2015

martes, 13 de enero de 2015

EL DUENDE

«Hemos perdido el duende y lo buscamos desesperadamente a través de romos artilugios mecánicos» 

La científica del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada Elvira Salazar López, autora del estudio termográfico sobre el duende
Foto: Twitter 

El duende 

Cuando habíamos perdido «el duende», cuando ya ningún creador menta este maléfico y divino geniecillo sino en todo caso los extranjeros enamorados de la leyenda flamenca, ha tenido que ser una joven investigadora de la Universidad de Granada, Elvira Salazar, la que nos lo vuelva a poner en candelero, pero no a través de una conferencia como la de García Lorca, «Juego y teoría del duende», sino de un frío instrumento sin duende, el termógrafo, un aparato que mide la temperatura para plasmar lo que se define como «huella térmica».
Lorca dijo que el duende era «oscuro y estremecido». Elvira Salazar dice que el duende es sinónimo de «estrés empático», o lo que es lo mismo, de la huella térmica del cuerpo en el momento artístico. En las bailaoras con duende, se enfrían significativamente la nariz y los glúteos, cosa que no ocurre si bailan con acendrada técnica, pero sin duende.
            Lorca necesitó diez años de aburridas conferencias en la Resi más su callejeo infatigable, sus amistades variopintas y su inteligencia singular para aprehender lo que es el duende y lo encontró en el  laboratorio de los tablaos y cafés cantantes. A Elvira Salazar le han bastado un termógrafo y diez alumnas del Conservatorio Profesional de Danza de Granada y lo ha encontrado en el laboratorio del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada. ¿Con quién me quedo?
Puede que los dos estudios sean complementarios, pero yo me inclino por el de Lorca. El estudio de Elvira es reduccionista, tautológico. ¡Cómo no se van a enfriar la nariz y los glúteos en una danza si las piernas, torso y brazos necesitan mayor aporte de sangre! Si esto ocurre en menor proporción en otras bailarinas, ¿significa que tienen menor duende? Para comprobarlo, debería haber habido un jurado y haber casado su veredicto con el del termógrafo. Sólo en caso de coincidencia, la hipótesis sería acertada. ¡Pero esto no se ha hecho! Luego el estudio plantea una verdad de Perogrullo: las bailarinas tienen duende porque su estrés empático es mayor, y su estrés empático es mayor porque tienen duende. ¡Apaga y vámonos!
            Gana por goleada el trabajo de Lorca, su definición del duende como algo que permea las geniales creaciones humanas, las que bucean en la razón oscura, en el misterio, en lo invisible. El duende es como las partículas subatómicas, versátil e inaprehensible, surge, permanece y se va, no se le puede congelar salvo por las placas fotográficas de los aceleradores de partículas. El acelerador de partículas del duende es la psique y por tanto no puede sino ser captado en el acto y por «connoisseurs».
            Hemos perdido el duende y lo buscamos desesperadamente a través de romos artilugios mecánicos, pero no se le encuentra ni se le supone en casi ninguna parte. Se nos ha escapado aquel duende que yo he llegado a vislumbrar en Borges, cuando estuvo en el Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla; en Maruja Mallo, que frecuentaba la Librería Moriarty de Madrid en tiempos de la Movida; en Juan Pinilla, cuando cantó este verano ante la vieja Prisión Provincial de Granada... El mérito de Elvira Salazar es habernos recordado que el duende existe. Lo que los artistas ignorantes tiraron por la borda, retorna por los caminos oblicuos de la ciencia. ¡El fuego hondo no se extingue!

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 13 de enero, 2015

martes, 6 de enero de 2015

FABIÁN VIDAL

«No me abandona la sensación de haber conocido a Fabián Vidal, de haber convivido y trabajado con él» 

Fabián Vidal, pseudónimo periodístico y literario de Enrique Fajardo, director de La Voz (1920-1936) 

Fabián Vidal 

Alto, esmirriado, asmático, con una inconfundible nube en el ojo izquierdo, era el único que trabajaba en la redacción mientras los demás remoloneaban. Experto en lo que entonces se llamaba «engordar telegramas» –hacer enjundiosas noticias de lacónicas informaciones telegráficas–, lector de todos los periódicos, de cuantos originales llegaban, solidario, compasivo, diligente, de asombrosa humildad y con una pluma implacable, debeladora del caciquismo nacional... Era Fabián Vidal, pseudónimo de Enrique Fajardo, el periodista granadino de alma republicana que trabajó casi dos décadas en el diario monárquico La Correspondencia de España y cuya figura me fascina, justo porque reúne las características opuestas a la ramplonería, levedad y traición perpetua en que vivimos. Admirable que le ofrecieran la dirección de La Corres y se negase por no darle una puñalada a Leopoldo Romeo, «su» director, del que afirmaba «lo había aprendido todo», pero que era una persona zafia, irrespetuosa, que se burlaba de sus redactores, el primero, Fabián Vidal, al que tiraba de las orejas y cuyo acento granadino remedaba.
Vidal escribió la gran crónica de la Primera Guerra Mundial... desde su mesa de La Correspondencia y únicamente con los cables de las agencias y un atlas, pero lo hizo tan bien que el Estado francés le concedió la Legión de Honor, distinción celebrada por sus amigos en El Palace, en un multitudinario homenaje al que asistió el todo Madrid periodístico.
Como la España de entonces era, pese a todo, un país más moderno que el actual y la valía personal abría puertas, este hombre humilde que rechazaba los halagos y del que se mofaban los ociosos, pasó a dirigir en 1920 el diario La Voz, compañero vespertino de El Sol, y, en 1931, fue diputado constituyente por Granada. En la dirección de La Voz estuvo hasta el fin de la Guerra Civil, cuando logró escapar a México donde, deprimido, con escasos recursos y casi ciego, decidió poner fin a su vida en 1948.
No me abandona la sensación de haber conocido a Fabián Vidal, de haber convivido y trabajado con él, de haber conocido a su prima granadina, con la que se casó, y a su hermano, Luis Fajardo, alcalde de Granada en 1936 por Izquierda Republicana. Lo siento como un amigo fraternal, con conversaciones, ilusiones, objetivos comunes... Le profeso un inexplicable cariño y siento la necesidad de encontrármelo por la calle y darle un fuerte abrazo.
Salvo una semblanza de Juana María González publicada por la Asociación de la Prensa en 2007, Fabián Vidal está olvidado en Granada. Ni siquiera figura en el diccionario de autores granadinos de la Academia de Buena Letras. Habría que revivir su memoria, primero por lo que significó en el periodismo español, y luego, como el testimonio vivo de unas virtudes que necesitamos desesperadamente. La Asociación de la Prensa, IDEAL, la Academia de Buenas Letras, la Alhambra misma, deberían tributarle un homenaje, la última aunque no fuese sino porque, para todos y, entre ellos, Cansinos Assens, era el “periodista nazarí”. Una exposición de su vida y obra, publicación de libros, conferencias...
Celebrar la contribución granadina al acervo cultural español es señalar metas de hasta dónde se puede llegar rompiendo la maldición fatalista, es poner movimiento en la postración presente y señalar a las nuevas generaciones que la excelencia traspasa las fronteras, incluida la peor de todas: el rancio localismo provinciano.

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 6 de enero, 2015