«El
cartero seguirá siendo para mí el heraldo de los Reyes Magos»
El cartero de toda la vida Foto: El Comercio Blogs |
El cartero mangón
Afanó el móvil última generación que venía certificado y
lo sustituyó por el suyo troglodítico. El receptor no daba crédito: «¡Éste no
es el móvil que ha costado doscientos euros!». No se trataba de una broma ni de
que un vecino cleptómano hubiera permutado el paquete… ¡era el cartero! Se
había hecho presuntamente con
lo que no le pertenecía, le había puesto su tarjeta SIM… ¡y a fardar!
Lástima. ¡Mira que el cartero
llegó a estar considerado en España! Podías recelar de los concejales, de los
parlamentarios, de los ministros… ¡pero por el cartero habrías puesto la mano
en el fuego! Había en torno a las cartas y a sus ángeles custodios un aura de
heroicidad, de lealtad, que hacía sagrada la correspondencia. El cartero era el
divino Hermes. Jamás me perdió una carta, un telegrama, un aviso, un
certificado… En una estancia en Dublín, quise contactar con el poeta irlandés
Pearse Hutchinson, pero, como no tenía su dirección, puse simplemente en el
sobre: «Pearse Hutchinson. Poet. Dublin». ¡La carta llegó! A los pocos días me
llamaba por teléfono y concertábamos una cita.
Nunca he podido creer lo que
contaba el escritor norteamericano Henry Miller, cartero en una etapa de su
vida: que, harto de distribuir correspondencia, tiraba diariamente montones de
cartas a las alcantarillas… No, para mí la figura del cartero era la integridad
y rigurosidad, quien nunca faltaba a la cita, quien en Madrid acudía mañana y
tarde en mi domicilio, el que en Londres depositaba las cartas en las casamatas
con un castrense recorrido en zigzag, el que en Granada sabía de memoria los
nombres de la familia…
Llegó el correo electrónico,
los sms, los whatsapps, y uno dejó de
recibir cartas, y Correos quiso “modernizarse”, y el cartero de toda la vida se
quedó sin tierra bajo los pies, y un día veías a un individuo, al siguiente era
otro, y ya no sabían los nombres y trabucaban las cartas y la legendaria figura
del Santa Claus postal comenzó a resquebrajarse… hasta dar en este cartero
mangón.
Diría que al menos nos queda
Internet. ¡Pero ni siquiera! Porque parece que resulta sencillísimo violar
nuestros emails, y que lo hacen desde los hackers hasta los servicios de
inteligencia, así que ya no se trata sólo del cartero granadino, sino que hay
cientos de mangones, miles de ojos impertinentes que descubren nuestros
secretos, de programas que cotillean los ordenadores, rateros que se quedan con
nuestros datos, se sirven de nuestra información, sacan dinero con nuestras
tarjetas, oídos que escuchan las conversaciones, fichan nuestros whatsapps, nos
escrutan a través de las redes sociales... Después de todo, el cartero mangón se
comportó ingenuamente: hizo de ladrón de poca monta, sisó doscientos euros.
¿Merece la pena?
Quiero creer que en muchos
carteros sigue existiendo el viejo espíritu. En lo que a mí respecta, no tengo
queja de mi cartera, que trabaja en la zona de Cervantes y sigue siendo el hada
que me deja misivas tan valiosas como la reciente de Antonina Rodrigo, donde
venía una foto que nos muestra juntos en su investidura de la Academia de
Buenas Letras. ¡Una amiga que aún usa sobres, pone sellos y envía fotos en
papel! Uno rejuvenece. Por muchos mangones que haya, creo que el cartero
seguirá siendo para mí el heraldo de los Reyes Magos.
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 3 de marzo, 2015
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