«¿Por
qué privarme del maravilloso par de cucharaditas de azúcar en el oloroso café
matinal?»
¿Quién nos iba a decir que una acción tan inocente como verter sacarina en nuestro café diario podía estar relacionada con la obesidad y la diabetes? Foto: Libertad Digital |
Resulta
ahora que la sacarina no adelgaza, ¡sino que engorda y puede hasta producir
diabetes! Lo dice claramente el último número del Scientif American (abril,
2015) con este nada ambiguo titular: “Los edulcorantes artificiales se cobran
su parte en los intestinos” (“Artificial Sweeteners Get a Gut Check”). Incluso
ha comenzado a considerárseles uno de los principales responsables de la
epidemia de obesidad. Sin ir más lejos, uno de los investigadores del estudio,
Eran Segal, ha sustituido los comprimidos de sacarina de su café matutino por
el par de tradicionales cucharaditas de azúcar.
Qin
Shi Huang, primer emperador de China, estaba obsesionado con prolongar su vida
y tomaba diariamente una poción que contenía mercurio, lo que malogró su salud
y aceleró su muerte. El pobre creía tanto en el bebedizo que, aun en sus
últimos momentos, débil, achacoso, moribundo, no dejó de tomarlo, conservando
ingenuamente la esperanza de que le devolviera la salud. ¡Lo que creía una medicina
prodigiosa era un veneno en
realidad!
Desde
nuestra perspectiva actual, podemos mirar su proceder con indulgencia y
superioridad, sin apercibirnos de que ¡estamos obrando de manera idéntica! Hace
unos días nos avisaban de los peligros del ibuprofeno y del paracetamol, que producen
problemas gástricos, renales y hasta derrames de sangre en forma de ictus y
trombosis. No, no hay medicina, remedio o alimento milagroso que no tenga sus
efectos colaterales, su lado de sombra, de modo que, al mismo tiempo que sana algo,
enferma algo.
¡Tener
ojos para ver! ¿Cómo es posible que el azúcar engorde menos que la sacarina?
¿Luego quienes la hemos repelido estábamos equivocados? Según explica el
artículo, la sacarina y otros edulcorantes como el aspartamo y la sucralosa
estimulan la flora intestinal que convierte los alimentos en grasa, en
detrimento de las bacterias que la transforman en energía. De pronto resulta
que nuestro café con sacarina, las bebidas lights, los yogures edulcorados, los
dulces para diabéticos... son precisamente los que producen obesidad ¡y
diabetes! No somos diferentes de Qin Shi Huang. Todos buscamos ser más saludables
y vivir más. ¡Y acabamos haciendo lo contrario!
La
flora intestinal está en su 90% formada por dos tipos de bacterias: las
bacteroidetes, que transforman los alimentos en energía, y las firmicutes, que
transforman los alimentos en grasa. Pues bien, la ingesta de sacarina reduce
las primeras hasta un 50% e incrementa las segundas en la misma proporción. Encima,
inhibe la producción de leptina, la hormona de la saciedad, fomentando el
hambre permanente y la consecuente alimentación desordenada y excesiva.
Como
hasta el momento el estudio se ha hecho principalmente en ratones, los
científicos indican que aún es pronto para extenderlo sin más a los humanos,
pero de lo que no tienen duda es de que la sacarina desnivela la flora
intestinal en sentido negativo. Como afirma tajantemente Eran Segal: «Las
evidencias son abrumadoras». Tanto que lo que hoy es un artículo en una
prestigiosa revista, se hará pronto noticia general. ¡A no ser que los lobbies
de la industria muevan sus arteros tentáculos!
¿Cuántas
otras grageas, alimentos probióticos, naturistas, homeopáticos, no tendrán
efectos nocivos? «En mi hambre mando yo», decían con orgullo los antiguos
honrados. «¡En mi salud mando yo!», digo. ¡Así que fuera atajos y sucedáneos!
Haré como Segal: ¿Por qué privarme del maravilloso par de cucharaditas de azúcar
en el oloroso café matinal?
GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 24 de marzo, 2015
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