martes, 12 de julio de 2011

LA MONTAÑA

Bacal (Jayena, Granada), en el atardecer del 30 de junio de
2011, tras un recorrido de varias horas por el río Grande.

La montaña

Si hay una máquina del tiempo es la montaña. Ir a ella es ralentizar el devenir. Cada minuto vale por una semana, por un mes. Un día en la montaña tiene la consistencia de un año.
Cada vez que vamos a la montaña, el deseo y la expectativa nos sacan al amanecer de la cama. El martes pasado, Teresa y yo anduvimos durante doce horas sin ver a una sola persona. Como si fuéramos los únicos seres sobre la Tierra. Podríamos habernos hallado en el comienzo de los tiempos. Podríamos haber estado solos en la creación. Toda la fuerza de la naturaleza, su misterio, su plenitud, nos embargaron. Así debieron de sentirse los primeros hombres.
Iniciamos la ruta en el mirador de Fornes. Ya desde el comienzo, agotadora ascensión hacia la Mesa, y luego, descenso rumbo a la Resinera. Poco antes, desvío por un sendero junto al río Cebollón. Aguas puras, que se pueden beber directamente, y alamedas impenetrables, y silencio total. Y desde aquí, nuevo y larguísimo ascenso. A las 2 de la tarde, llegamos a nuestro objetivo: el Haza de la Encina. Desde aquí, contemplamos maravillados la cadena montañosa que separa Granada de Málaga, a la que preside el imponente Lucero, cuya cima coronamos meses atrás.
Nos adentramos en el interior del bosque, donde almorzamos y sesteamos. Y vuelta sobre nuestros pasos. Varios ciervos irrumpen ante nosotros. No huyen, sino que se quedan mirándonos curiosos. En el Cebollón, entre truchas, nos damos una zambullida. Desnudos. No hay nadie. No hemos visto a nadie. No veremos a nadie.
Nos sucede siempre en las frecuentes caminatas por las sierras de Granada. Cierto que evitamos los fines de semana. Pero tampoco importaría. Nadie anda ya. Van al campo en automóvil, y el equipo de sonido les resulta tan imprescindible como las tumbonas y la nevera.
Cuando entramos en la ciudad a las diez de la noche, una extraña sensación, siempre idéntica: mientras nosotros hemos vivido un presente continuo, casi eterno, la ciudad parece más que nunca avasallada por el tiempo. La civilización es perversa porque sus minutos no duran nada. Las autopistas que reclamamos, los Aves, los aviones, la velocidad que vindicamos, no son sino corruptores de tiempo. Cuanto más rápido creemos ir, más rápido nos vamos de nosotros mismos, más rápido nos perdemos. Por eso resultan monstruosas esas playas atestadas de personas que creen estar descansando mientras caminan aceleradas hacia su entropía. Creen en los cantos de sirena de la civilización, sin saber que el objetivo de las sirenas es atraerlos dulcemente para devorarlos mejor.
Mientras tanto, en el silencio y soledad de la montaña, los minutos valen por años. No es una hipérbole. Es simplemente la realidad. Basta con despojarse del automóvil y fiarlo todo a las piernas y al macuto. Y todo se transforma. Se transforma el mundo. Nos transformamos nosotros.

Diario IDEAL, martes, 12 de julio, 2011

3 comentarios:

  1. Que preciosidad de momentos en la montaña.
    12 horas de ruta, impresionante, yo como mucho he llegado a hacer 15 kilómetros de senderismo.
    Y cada día aquí doy la vuelta al lago que es una hora cinco kilómetros.
    Que aventuras mas hermosas buscáis.
    Me gusta la foto estáis muy bien. Besos para los dos

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  2. Los 42 Kilometros que hice con la gente de Sierra Morena desde Marmolejo hasta el Santuario, fue toda una experiencia... la gente te hablaba sin conocerte, los paisajes eran impresionantes y mis ojos miraban y miraban para hacer click con mi cámara.. una pasada, si señor... la Sierra de Andujar mi amor incondicional. Un abrazo

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  3. Se lo que dices Gregorio, estuve en la Sierra de Gredos, tras 4 horas de caminata, presencié y sentí una escena que me transportó a la Planicie Andina. Al atardecer la luna emergía transparente entre el cielo azul y malvarosa. Unos pastores paseaban a caballo en la lejanía, surcando el manto del suelo dibujando su trayectoria en medio de un silencio total. La sensación que experimentas cuando estás en la monstaña, es grandiosa, todo y nada nos pertenece, es como volver a la nada, al todo en un instante.

    Vuelvo este año a Palencia a final de agosto y a Galicia en septiembre. Iré a la montaña. Te contaré, pero antes espero que nos veamos, con amigos.

    Un besazo.
    Concha.



    Un gran abrazo

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