LECCIONES DEL MAESTRO


EL VIAJE ETERNO
(el maestro a su alumnos)

Paloma, una mujer madura pero de joven vitalidad, inquieta, amante sin duda de la vida y del descubrimiento, asiste por primera vez al Taller del Maestro. Éste cuenta cómo la conoció, las cosas comunes que los unen, alguna anécdota divertida, y le pide que le formule una pregunta para comenzar el trabajo. Ella medita.

-No controles –le pide el Maestro-. Pregunta lo primero que se te ocurra. Eso será sin duda lo más importante para ti.

Paloma reflexiona y, finalmente, como dando por zanjadas sus elucubraciones, inquiere:

-Maestro, sé que me van a llamar para emprender un viaje dentro de unos meses. Quiero saber si mis hijos, mi nieta y mi padre me acompañarán.

Las pupilas del Maestro se dilatan con extrañeza. Su asombro resulta patente.

-¡Pero Paloma! ¿Crees que soy adivino? ¿Piensas que un Taller de Pensamiento tiene algo que ver con un oráculo?

-¡Esa es mi pregunta! –se justifica ella-. Me has dicho que preguntara lo primero que se me viniera a la mente…

El Maestro calla por unos instantes.

-Sin duda es así –asiente pensativo.

Vuelve a quedarse en silencio, como abismado en elucubraciones. Y de súbito, su respuesta se abre paso. Es como si le fuera dictada. Dice:

¿De qué viaje hablas, Paloma? Hace ya mucho, mucho tiempo que te llamaron a emprender un viaje. Estás viajando desde que naciste. O antes, desde el momento en que fuiste concebida… O mucho antes, porque tus genes ya existían en tus antepasados. Estás viajando desde el comienzo de los tiempos. Cuando tu padre viajaba, tú ya viajabas con él. Cuando tú viajabas, tus hijos ya viajaban contigo. Cuando tus hijos viajaban contigo, tu nieta ya viajaba con ellos… Has estado viajando desde hace millones de años.

Los cuerpos que has ocupado han sido sólo una nave para transitar por la Tierra. Tú has existido siempre, pero has venido al mundo en vehículos a los que muchos confunden con el ser. Pero no, Paloma, no somos el coche que conducimos. Somos el conductor.

Te has servido de miles de cuerpos para viajar. Y así tus padres y tus hijos y tu nieta… todos viajáis por la misma autopista, en la misma dirección, con el mismo propósito.

¿Me preguntas Paloma, si te van a acompañar en tu viaje? ¡Te han acompañado siempre! ¡Y te acompañarán siempre! Paloma, la separación no existe. Tú crees que estás separada de tu padre, de tus hijos, de tu nieta, pero eso es sólo una apariencia. Todo en el universo está conectado. Todo, desde lo ínfimo a lo enorme, desde lo cercano a lo remoto, desde lo visible a la materia oscura, desde las dimensiones conocidas a las ignotas, se haya imbricado. Todo está en todo. No se puede cortar una flor en la Tierra sin que repercuta en la más lejana galaxia. ¿Cómo no iban a estar permanentemente contigo tu padre, tus hijos, tu nieta?

Paloma, no hay un solo pensamiento que puedas tener, ni el más nimio, ni el más ligero, que no reverbere en los pensamientos de aquellos a quienes amas. Sois vasos comunicantes. Lo que hagas, lo harás, quieras o no, para ellos. Lo que ellos hagan, quieran o no, lo harán para ti. ¡Fíjate que ni siquiera la muerte podrá impedir que viajen contigo! Pues la muerte no arrebata nada, ya que, en todo caso, sólo se desprende de la vieja nave. Pero el conductor vive siempre. Y siempre vivirá a tu lado.

Si desarrolláramos nuestro don de ver en lo invisible, nos apercibiríamos de que en realidad viajamos en medio de una inmensa caravana. Cientos, miles, millones de personas avanzando conjuntamente, como los exiliados de una guerra. Salvo que nadie camina hacia el exilio, sino hacia sí mismo. Y no se trata de una guerra, sino de la paz. Pues cuanto más comprendemos que no viajamos solos, que nuestro viaje es también el viaje de otros, la dicha nos inunda. Sentimos una inmarcesible paz. Nos hallamos seguros y protegidos. Y el miedo cae hecho añicos a nuestros pies. ¡Cómo no iban a viajar contigo tus seres queridos!

Tú, Paloma, tal vez te has referido a un viaje concreto. Tú tal vez deseas hacer un viaje conmemorativo, un viaje ritual a alguna parte significativa del mundo, y amas que, en ese viaje, estén tu padre, tus hijos, tu nieta. Es un viaje que para ti es una encrucijada. Un viaje en el que confluyen y parten todos los caminos de vuestras vidas. Un viaje hacia un aleph, un punto que contiene todos los puntos. Y deseas saber si lo que más amas estará físicamente a tu lado. ¿Pero qué más da? ¡Si la separación no existe! Puedes hacer ese viaje sola y tus seres queridos estarán contigo. Si están a tu lado, bien. Si no, también están a tu lado. Puedes irte a la más inaccesible cumbre del Himalaya, buscar la soledad total, tomar incluso de la flor de loto que desvanece los recuerdos, y ellos seguirán contigo. El inmenso río que viaja contigo estará a tu lado. Ni una décima de segundo estarás sola, porque no hay nada en el universo que esté solo. La soledad no existe. Es un invento del ego que, para sentirse especial, necesita alejarse. Es un espejismo para inflar la ridícula vanidad.

Sólo los ciegos de espíritu ven la separación y creen que el ser se agota en el cuerpo. Confunden la nave con el piloto. ¡Pero ni siquiera el vehículo puede estar separado! Los modernos aparatos han descubierto que ni el cuerpo ni los objetos materiales se acaban donde parece que acaban, sino que se extienden ad infinitum. Se expanden de la misma forma que la luz. Al igual que la luz no puede ser contenida, nada en el universo puede ser contenido. Tu cuerpo no puede ser contenido. Tu mente no puede ser contenida. Viajas en multitud y con los seres queridos a tu lado. También viajan a tu lado a los que inútilmente odias. Pues el odio es una petición desesperada de amor.

Puede que ese viaje material para el que han de llamarte sea importante para ti, pero no olvides que será sólo un símbolo de tu viaje real, de tu verdadero viaje, y que los símbolos lo abarcan todo. Estén contigo o no tu padre, tus hijos y tu nieta, estarán de todas formas contigo.

Mi respuesta a tu pregunta, Paloma, es por tanto un rotundo sí. Los seres que amas viajarán contigo. Aunque trataran de eludirlo, aunque el azar se pusiera por medio para impedirlo, aunque te arrepintieras de tu deseo, tu padre, tus hijos y tu nieta viajarán contigo. Una y otra vez, siempre, eternamente, viajarán contigo.




LA MUJER QUE BUSCA A DIOS EN LOS HOMBRES
(el maestro a sus alumnos)

Nada más iniciarse la clase, Amanda le pregunta al Maestro:

Admirado maestro, necesito una sabia respuesta. Soy una mujer sola, pero no solitaria. Me gusta la buena compañía, disfrutar de los pequeños placeres cotidianos (porque estuve enferma un tiempo y aprendí a valorar lo insignificante), desprecio lo material (lo tuve y lo dejé atrás, porque no me satisfizo), amo con pasión y creo firmemente en el amor, y también en el “flechazo” (porque me ha sucedido), pero desconfío del matrimonio y la pareja... En esto me considero una liberta (que compró su libertad) y que no desea volver a ser esclava. No soy rencorosa ni vengativa y tengo buenos deseos para todos mis ex, y espero que hayan encontrado la felicidad. Procuro practicar la “otredad” con todo el mundo (ponerme en el lugar del otro y comprender sus acciones y palabras). No conozco ningún matrimonio feliz, sino acomodado a las circunstancias, o a los intereses creados, o adaptados a lo que hay, o sufridores de sus parejas, o conformados con lo que les ha “tocado”. Y yo no quiero ser una conformista. Y aunque mi única convivencia durante muchos años fue buena, veo por observación a mi alrededor que la convivencia puede ser catastrófica para el amor, y deduzco que lo mejor es que cada miembro de la pareja tenga una “habitación propia”, y, más aún, “casa propia”. Llevo muchos años sin pareja oficial, eso no implica que no haya tenido amor o amante... pero nada definitivo, yo rompo siempre, por una u otra causa. Siempre encuentro pegas en los hombres que conozco, además de que no tengo buena opinión de los hombres en general, de los cuales admiro a muy poquitos, y soy de esas mujeres que piensan que “lo mejorcito ya está cogido” y que “no hay hombres interesantes libres”. No sabe, maestro, cuántas mujeres me dicen esto. O que a los hombres en general les gusta que las mujeres los traten mal, que sean tiranas, frígidas, infieles o malvadas con ellos, mientras que si eres una “bendita” en el fondo te desprecian, esto también lo piensan muchísimas mujeres. Yo, por mi parte, pienso que después de los cuarenta las personas disponibles somos stock o tenemos taras... porque si no... ya nos habrían “comprado” hace tiempo. Pero no piense, maestro, que soy cruel, sino sincera, dulce, frágil, sensible, y salgo herida con facilidad. También soy apasionada, si me enamoro amo perdidamente y sin remisión y beatifico al objeto de mis amores, al que adoro como a una deidad pagana. Aspiro a un amor total, a la química en llamas, y a un hombre inteligente, carismático, con talento, intelectual, apasionado, que pueda amar y admirar y, sobre todo... que me ame, y eso sí, “disponible”. Aclaro que no busco en el físico, sino en el interior, pues dicen que “tengo muy mal gusto” para los hombres...

Maestro, ¿he hecho bien estos años pensando de esta forma y actuando en consecuencia? o ¿debo cambiar? Y es más ¿puedo cambiar? y ¿cómo?

Espero su sabio e inspirado consejo y prometo seguirlo a rajatabla.

El Maestro le responde a Amanda:

Amanda, aunque lo ignores, eres religiosa. Desesperadamente espiritual. ¡Y, sin embargo, no encuentras a Dios! Has puesto a Dios en el hombre. Cuando buscas a un hombre, secretamente buscas a Dios. Y naturalmente no lo encuentras. Y te desalientas. Y te hartas. Y desistes. Y vuelves a comenzar.

Amanda, todo en tu ser necesita adorar. Eres religiosa y tu corazón clama por rendirse a las maravillas que te rodean. Por dar las gracias ante tanta belleza, ante tanto espectáculo, ante tanto sobrecogimiento. Y entonces vas y buscas a un hombre para hacerlo. Y te arrodillas ante él y lo adoras. Lo beatificas. Pero ¡ay, Amanda! ese hombre no es Dios. Y por cuanto no es Dios, nunca podrá devolverte cuanto le das. Y siempre estarás desconsolada, quebrada. Y por eso estás siempre rompiendo con tus parejas.

¿Cómo puedes decir que eres una mujer dulce y sensible si dejas a los hombres? ¿Si los usas y los abandonas y no tienes buena opinión de ellos? ¡Y cómo no vas a salir herida! Pues lo que haces con los hombres lo haces contigo misma. Y cada vez que abandonas a uno te estás abandonando a ti misma.

Amanda, buscas nieve en las dunas. ¿Crees que las dunas podrán darte nieve? Puedes encontrar muchas cosas entre las dunas, pero la nieve sólo está en las altas montañas. Tienes que ascender a las cimas para encontrar la nieve.

Mi querida Amanda, Dios habita en cada hombre. Y, por tanto, habita en ti. ¿Por qué buscas fuera lo que tienes dentro? Mientras no encuentres a Dios en ti, no encontrarás a Dios en cada hombre. Mientras tu corazón no beba de la fuente de la que mana todo, el río no irá a tu encuentro.

Amanda, estás perdida en las apariencias. Fíjate si lo estás que, en cuanto te he nombrado la palabra Dios, te has escandalizado. Me has rechazado. He visto tu gesto de desdén, de incomodidad. Has pensado que estoy trasnochado y que te hablo de viejos tópicos. Te han enseñado que las apariencias son verdad y que Dios no existe. Te han enseñado que Dios pertenece a los sacerdotes. Y ahora estás en la estacada, pues algo clama en ti por lo absoluto, pero no sabes ni cómo ni dónde encontrarlo. Y has recurrido a las armas que te ofrece el mundo: buscar que te quieran, que te comprendan, que te hagan el amor, que te regalen inteligencia.

¡Ay, Amanda! Nada que tú no des te será dado. Lo importante no es lo que te den, sino lo que tú des. Pues cuanto das, en realidad te lo estás dando a ti misma. Y cuanto recibes, en realidad lo estás dando a los demás. Pero no lo sabes, y lo primero que te planteas es que te amen, pero el milagro no es éste, sino amar. Si amas, ya está todo hecho. Ésta es la maravilla. No existe otra.

Cuando se ama, ¿qué más dan los detalles? ¿Qué importa que se viva en casas juntas o separadas, que te cases o no? Todo eso es irrelevante. Plantearse siquiera la cuestión implica que partes de premisas erradas. Las formas son sólo proyecciones del amor. Cuando el amor existe, las proyecciones pueden ser múltiples, pero jamás hay requisitos ni normas ni recetas. Tú vive el amor. Fluye con él. Y lo demás vendrá o no vendrá por sus propios pasos.

Amanda, tú no necesitas cambiar. Lo tienes todo. Pero sí necesitas derruir la armadura de hojalata que la sociedad ha construido sobre ti. Tienes que derribar los ingenuos mitos que te anquilosan. Tienes que dejar de creer en ídolos. Tienes que abatir los muros con que han tratado de dividirte, las pobres casas con que te han alienado. ¿Te imaginas un palacio envuelto en una choza? ¡Tienes que derribar la choza! Por eso no se trata de cambiar, sino de descubrirte. De reencontrarte con la belleza que habita en ti.

Tienes, querida Amanda, que ser valiente. Tienes que deshacerte de cuanto has aprendido y recuperar a la niña que un día dejaste abandonada. Todo lo que te han dicho los periódicos, la universidad, la televisión, los médicos, los políticos, es falso. No hay nada fuera de ti. Todo está dentro. El único lugar donde debes encontrar el amor es en ti misma. Y como es adentro es afuera. Pero jamás al revés.

Querida Amanda, el amor no está en el mercado. El amor no se compra ni se vende. ¿Por qué entonces detallas las características del hombre que deseas? ¿Qué diferencia hay entre lo que pides y un catálogo de ordenadores o de automóviles? ¡Pero Amanda! Estás impregnada hasta la médula de la sociedad de consumo. Aunque afirmas que desprecias lo material, hablas del amor en términos de mercado. Hablas de “personas en stock”. Afirmas que si éstas no tuvieran taras, ya las habrían “comprado”. Amor como mercancía. ¿Y dices que desprecias lo material? ¡Amanda! ¡Amanda!

Puede que no pases los fines de semana en los centros comerciales, pero has hecho del mundo y de los hombres un almacén donde buscas la mejor mercancía. ¿Crees que esto tiene algo que ver con el amor? Amanda, cuando ames a alguien, lo amarás tenga o no los requisitos que anhelas. Lo amarás integralmente y, por tanto, amarás todas y cada una de sus características, te hayan gustado antes o no. Y si no amas, ni el más perfecto de los hombres podrá satisfacerte.

Quiero que lo entiendas, Amanda: cuando hayas satisfecho tu necesidad de adoración donde debes satisfacerla, no buscarás a un hombre para adorarlo. Ni tú misma te endiosarás. Por el contrario, ambos os uniréis para adorar juntos a quien debéis adorar. El yugo de Dios, Amanda, tiene un nombre: libertad. ¡Extraña paradoja que quienes se entregan a Dios sean más libres que quienes se creen dueños de su destino! Te has creído dueña de tu destino y has encarcelado al amor. Te has creído dueña de tu destino y has sustituido a Dios por los hombres. Y, por tanto, te has hecho esclava de los hombres y de las mujeres, de sus opiniones, de sus erradas perspectivas, de sus sombras chinescas. Así que me dices que no quieres volver a ser esclava y que has comprado tu libertad, ¿pero tú crees que la libertad se compra creyendo en la separación? ¿Crees que la libertad se compra unciéndose a las apariencias?

Para encontrar el amor tendrás que ser realmente libre. Y sólo teniéndolo todo podrás ser libre. Porque quien lo tiene todo no busca, encuentra. Para quien lo tiene todo no hay escasez, sino abundancia. Para quien lo tiene todo no hay posesión, sino comunidad. No hay separación, sino unión. Deja fluir el universo que hay en ti y no tendrás que hacer nada.

Aspiras, Amanda, a un amor total. Vuelvo a decírtelo: eres religiosa. Pues el único amor total es el de Dios. El amor del campo cuántico. El amor de este universo, de los universos paralelos, de los universos que existieron y de los que existirán. Cierto, ese amor pleno sólo se puede experimentar a través de la unión de dos personas. Pero, para que el amor te embargue, no debes ponerlo en el hombre al que amas. Tú y el hombre al que amas debéis ponerlo en Él. No debéis amaros el uno al otro, sino amaros en Él. Sois como una compuerta que se abre al río del amor. Al unirte a un hombre, la compuerta se iza. Y el amor os anega.

Cierto también, eso te ocurrirá con un sólo hombre. ¡Pero no debes buscarlo! Ni tampoco pensar en él. Sólo cuando hayas encontrado en ti, el hombre aparecerá en tu camino. No importan el tiempo ni la edad ni la profesión ni el físico. Lo notarás porque, cuando el hombre se muestre ante ti, serás una niña. Lo impostado caerá hecho añicos a tus pies. Y amarás no con la ilusoria pasión de la que hablas, sino con una ancestral plenitud. Tendrás seguridad y confianza y certeza. Tendrás una inusitada belleza. Y no verás a un ídolo ni a un santón ni a una deidad, sino a un ser de carne y hueso. No te habrás enamorado de un espejismo, sino de un hombre. Y ese hombre será para ti todos los hombres. Y sabrás que lo has conocido siempre. Y te vendrán recuerdos de cuanto has vivido con él, aunque según las leyes del mundo no hayas vivido nada.

Querida Amanda, no tienes que mover un dedo, no tienes que cambiar, no tienes que angustiarte ni atender. Sólo aceptar tu necesidad de trascendencia. Y cuando hayas puesto a lo absoluto sobre todas las cosas, el amor vendrá a ti sobre todas las cosas. En la figura de un hombre. Un hombre de carne y hueso. Y sentirás que siempre ha estado contigo. Y que siempre lo estará.





LA MUJER PERVERSA
(el maestro a sus alumnos)

Mis queridos alumnos, hoy tenemos entre nosotros a una nueva discípula. Es la mujer de la que hablamos el otro día. La mujer a la que tanto ha amado Samuel y por la que tanto ha sufrido. Paula está aquí, entre vosotros, a regañadientes, recelosa, desconfiada.


No es para menos. A Samuel no se le ocurrió otra cosa que pasarle los apuntes de mi lección anterior. Y ella se ha indignado. “¡Esa no soy yo!”, clamó. “¿Cómo te has atrevido a contar esto?”, le reprochó a Samuel. “¡Y de qué forma lo has contado!”.

Samuel me relató su reacción y yo le he pedí el teléfono y la he llamado y le he suplicado que hoy estuviera aquí con nosotros. Sí, escucháis bien, le he suplicado que viniera. Ella tenía que estar aquí hoy. La amo igual que amo a Samuel, igual que os amo a vosotros.

Paula, llevas toda razón. Tú no eres la mujer que pintamos el otro día. Tú eres amor puro. Tú eres completa e íntegra. ¿Cómo podrías ser la mujer que Samuel ha retratado y a la que yo me referí? No lo eres, no.

No debemos engañarnos. ¡Pero tú tampoco, Paula! Si eres amor y estás completa e íntegra y lo tienes todo, ¿por qué sientes terror de estar sola? No hagas muecas de extrañeza. Lo sabes muy bien. Sientes un inmenso terror de estar sola. Cuando no hay nadie a tu lado, te sientes perdida, desolada, y lo darías todo por la compañía del más miserable de los hombres. Necesitas desesperadamente personas uncidas a tu yugo para paliar tu soledad, y, para ello, no dudas en utilizar todos los métodos a tu alcance: sexo, celos, sorpresa, silencio, abandono, reconciliación... Para que la soledad no exista, en una desesperada lucha contra la soledad.

Y, sin embargo, cuando tienes a uno de tus satélites junto a ti, no te sientes satisfecha. Hay un incomprensible vacío en tu corazón. Y la soledad sigue aleteando. Crees que tal vez otro satélite desharía tan incómoda sensación, y cuando estás con uno, piensas en otro, y vas de unas amistades a otras, de unos amores a otros como el insatisfecho agujero negro que puede tragarse la creación entera y aún está vacío.

Te das, Paula, a cualquiera y, de esta forma, no te das a nadie. Quien te desee te puede tener, aunque eso sí, de forma inconstante, temporal, cíclica. Das bandazos por el universo como una estrella errante en busca de satélites y cuantos planetas se cruzan en tu camino tratas de atraerlos, pero, cuando lo consigues, ya no te interesan. Sigues tan sola y tan hambrienta como siempre, pensando en las estrellas que nos has logrado atraer y despreciando a quienes giran a tu lado.

No llores, Paula. No eres malvada. Ni perversa. Eres amor y eres completa e íntegra y lo tienes todo. Salvo que no sabes verlo. Porque si supieras verlo, entonces ya no tendrías miedo de la soledad. Entonces, aunque estuvieras sola, el universo entero estaría a tu lado. Aunque estuvieras sola, la creación entera te hablaría. Aunque no estuvieras con nadie, te sentirías arraigada, profundamente amada.

Paula, el problema es que no sabes amarte. El problema es el desamor que sientes hacia ti misma. El problema es que te crees tan vacía que sientes una desesperada necesidad de tomar. Sientes la desesperada necesidad de arramblar con cuanto se tercie, de acapararlo todo, de atesorarlo todo, para así paliar la penuria de tu alma. Y por eso sientes terror de amarte, terror de amar: porque crees que tendrás que dar mucho y entonces estarás más vacía aún. Y por eso no quieres amar, sino ser amada, porque de esta forma te dan y tú no tienes que dar. Y el amor de un hombre te parece poco, te parece insustancial. Los necesitas a todos. Y tampoco te basta el amor de muchos hombres. Necesitas el amor de una mujer. El amor de las mujeres. Ansías el amor de la creación entera porque nada puede saciar tu falta de amor. Y ansías el placer, todo el placer que puedas obtener, porque crees que tu cuerpo envejecerá, se consumirá, y que serás una vieja aborrecible y ya no podrás tener nada.

¡Y, sin embargo, Paula, sería tan fácil que te amaras a ti misma! Y así, de pronto, dejarías de apetecer. Ya no tendrías necesidad de nada exterior. Te alimentarías de tu propio amor, estarías llena de él.

Sólo entonces podrías amar realmente. Al no tener necesidad de adoración ni de adoradores, tu amor sería como debe ser el amor: gratuito, incondicional, constante, cimentado, inamovible. Podrías amar a una sola persona y, al amarla, estarías amando a la humanidad entera. Pues el amor a la humanidad pasa siempre por el amor a una de sus criaturas. Sin esta condición, no existe amor, sino una caridad edulcorada, hipócrita, falsa, que es el amor de los bien pensantes, de los sacerdotes, de los hombres y mujeres políticamente correctos. Para que haya verdadero amor, tiene que haber un desbordante y único amor.

Así que se ama a uno, Paula. Porque dos que se aman son muchedumbre. Y si se aman en el inagotable río del amor, entonces son la humanidad entera. Cuando tu amor va de unos hombres a otros, leve, reticente, condicional, limitado, caduco, entonces Paula, te estás dejando de amar a ti misma. Huyes del amor y vas de cuerpo en cuerpo como los monos van en la selva de liana en liana. Cada nuevo cuerpo que añades a tu lista es un mayor obstáculo para el amor. Mientras sonríes con tu triunfo, eres secretamente abrumada por la derrota. Mientras los ropajes del ego se inflan, secretamente tú menguas. Mientras alardeas presuntuosa de quienes te llaman, solicitan, regalan o desean, secretamente te ignoras, te desdeñas, te arrebatas, te desprecias. Mientras encelas a un amante con otro, eres infiel a ti misma. Y te apuñalas mientras tu corazón sangra gélido y exangüe.

¡Y sin embargo lo tienes todo! ¡Te bastaría abrir los ojos para verlo! El cosmos entero te abraza. Hasta la última mota de polvo se mueve por ti. A través tuyo, fluye el río de Dios. Luego todo está en ti. Frente a esta grandeza, ¿qué necesidad tienes de pequeñeces? Tu grandeza llama a la grandeza. No a los amores ni a los amoríos, sino al Amor.

Como el amor reside en ti misma, alguien llegará a tu lado para que la mayoría se haga muchedumbre. Tú no tienes que hacer nada, esperar nada, pensar nada. Hay alguien que te acompañará para que aprendas que, al que está lleno, se le llena aún más, pero, al que está vacío, se le vacía hasta las heces.

Paula, deja de llorar. Límpiate esos ojos enrojecidos y arrasados en lágrimas. No eres culpable. ¿Qué podías hacer? Haz creído en los hombres. En sus ridículos dictámenes sobre la vida y el amor. Haz creído que lo que veías era real y que, por tanto, el que da pierde y el que toma recibe. Has creído en las apariencias. Has creído que no podías estar sola y has sufrido indeciblemente y has hecho sufrir insaciablemente. Pero eres inocente. Quien no ve, ¿cómo podría ser culpado de no ir por donde no se le alcanza?

Estás aquí, Paula, porque quiero instarte a que veas. ¡Tienes que comenzar a ver ahora mismo, en este preciso instante! Desde la eternidad, lo tienes todo. No debes, pues, buscar. Dedícate a ser. Siente la dicha de existir. Escucha las pulsaciones de dicha de tu alma. Ni aunque estuvieras en una cumbre de los Himalayas estarías sola. Ni aunque te enterraran en el fondo de la tierra estarías sola. La humanidad entera te acompaña. Te acompaña la creación entera. Y ni un solo átomo es indiferente a tu amor.

Paula, te invito a que continúes con nosotros este Taller de Pensamiento. Estos compañeros tuyos, estos mis amados alumnos, son la punta del iceberg para que las mentes cambien y el sufrimiento se transforme en dicha. Son los atletas de lo invisible, los atletas de la realidad. Únete a nosotros, Paula, para disipar las apariencias. Todas las cadenas que lastran a la humanidad son ficticias. El más pequeño amor es un gigantesco antídoto contra los espejismos del hombre.

Vosotros, mis amados alumnos, sed uno con Samuel y con Paula. En ellos, estáis vosotros. Su aventura es la vuestra. Arropadlos y arropaos a vosotros mismos.

Alumnos míos, os amo. Y vuestro amor me penetra. Gracias por navegar conmigo en el mismo río. Gracias, Paula, por unirte a él.



El AMOR
(el maestro a sus alumnos)

Mis queridos discípulos, Samuel acaba de exponernos el problema que le tortura: ama a una mujer. Y esta mujer está con otro. Vivieron unos fugaces días de amor, y luego ella lo dejó. Aunque lo llama a diario. Ella necesita hablar con él. Hasta le sigue diciendo que lo ama. Cuando Samuel le pregunta “¿entonces por qué no estás conmigo?”, ella le responde: “Porque no estoy segura”. y cada día Samuel la anhela más. Piensa en ella a cada segundo. Siente un inmenso vacío. ¡Su aventura fue tan breve!

Samuel me pide ayuda. Amado discípulo, tú crees que pides socorro, pero en lugar de ello, estás pidiendo magia. Me pides casi un exorcismo para que ella vuelva a ti. Crees que tengo poderes y que podré conjurar a tu amada para que recapacite y retorne a tus brazos.

Debo decirte, querido Samuel, que el amor no tiene nada que ver con la magia. Cierto, podemos emplearla y hacer que caigan rendidos a nuestros pies. ¿No ocurre así en la divertida obra de Shakespeare “Sueño de una noche de verano”? Con la magia es posible seducir hasta la extenuación y volver esclavos de amor a aquellos que deseemos. Yo podría daros unas cuantas recetas mágicas y el mundo se postraría rendido de amor ante vosotros. Pero la magia no es verdad y, por tanto, no es duradera. La magia es mentira y cuanto se logra con ella resulta efímero. En la obra de Shakespeare, cuando retorna el alba, vuelve la cordura a los amantes desbarrados. Los hechizos se deshacen y aparece la prosaica realidad. ¿Y qué ocurre entonces? Que el desamor es aún más profundo. Que el hartazgo y la apatía se instalan en quien se sirvió del hechizo. Que ahora ya no puede amar o sólo a costa de titánicos esfuerzos. La magia es un boomerang que se vuelve contra quien la ejerce. Así que lo siento, Samuel, no te voy a dar esa receta. El amor no puede surgir de la magia. El amor debe andar con sus propios pies. La llama del amor sólo puede encenderse en el Amor.

Querido Samuel, debo confesarte con manifiesta claridad lo siguiente: Ella no te ama. No te ha amado nunca ni te amará jamás. Lo reconozco, es duro. Tienes la esperanza de que sea al contrario. Pero verás: ella no se ama a sí misma. Y quien no tiene amor, ¿puede acaso darlo? Ella es su propia enemiga y, por eso, está dividida, sajada, hipostasiada. Cree estar enamorada de su amante, pero éste no la llena. Lo único que la deslumbra es su pasión, su sexo tal vez. Pero él no es su amigo. ¡Y la amistad es vital en el amor! Los grandes amantes han sido, antes que nada, amigos. Para la pasión y el sexo desnudos, sin amistad verdadera, están las prostitutas y las cortesanas. Pero para la conversación franca, sin exigencias, sin ataduras, sólo están los amigos. Si había algo envolvente en Cleopatra era su sabiduría. Sherezada, la gran amante del visir de Las Mil y un Noches, era contadora de historias.

Samuel, ella necesita la amistad y, para ello, recurre a ti, porque tú le das alas e inspiración y alegría y apoyo. Ha dividido sus necesidades entre dos hombres, y lo que hace con uno no puede hacerlo con el otro. ¿Es esto amor? No. Es sólo codicia. Ella busca a cada hombre por lo que le aporta. Lo suyo no es el amor, sino la transacción. No busca amar, sino ser amada. Si amara de verdad, el amor se lo daría todo. Un solo hombre sería para ella todos los hombres. Y ese hombre cubriría todas sus necesidades, las de ayer, las de ahora, las de mañana. Y su seguridad sería tan absoluta que hasta podría andar sobre las aguas. ¡Sabría con claridad a quien ama y a quien no! Su amor se desbordaría e iluminaría a todos cuantos se rozaran con ella. Y te iluminaría a ti, Samuel, y, por tanto, no estarías enfermo de amor, sino sano y feliz. Pues el verdadero amor sana siempre.

Allá donde hay amor brotan milagros. El amor extiende alegría y confianza. Si ella amara al hombre con el que está, tú no tendrías necesidad de ella, Samuel. Pero si te amara a ti, es tu rival quien no tendría necesidad de ella. Sin embargo, el desamor es enfermizo. El desamor potencia las lacras y la tristeza y el desánimo. Tú estás enfermo, Samuel, porque te has obsesionado por una mujer que ni se ama a sí misma ni ama a hombre alguno y que, por tanto, necesita alimentarse de cuerpos y, de esta forma, los hace enfermar.

Querido Samuel, ¿por qué has puesto tu felicidad en unas manos que no saben qué hacer con ella? ¡Es en tus propias manos donde debes ponerla! Eres tú quien debe darse el amor que anhelas. Tú el que debes abrir la brecha del amor.

No lo olvides, Samuel: el amor no viene de los hombres. Por tanto, ¿podría venir de esta mujer o de cualquier otra? El amor penetra hasta el último quark. El universo es amor. El campo cuántico es amor. Dios es amor. ¡Eres tú quien tiene que beber de la fuente! La mujer que te ame debe beber también de la fuente. Luego la fuente del amor no son los que se aman. La fuente del amor brota de la invisible energía del cosmos.

Cuando dos se aman, se aman en la fuente. Y cuando las aguas lo anegan a uno, ¿puede acaso preguntarse si está seguro o no? ¡Es imposible! ¡Uno no puede resistirse! Uno es arrebatado, conducido, navegado. ¡No le cabe duda de lo que le está ocurriendo!

Ella, querido Samuel, no siente amor. Pero tú tampoco. Pues, si lo sintieras, no tendrías sufrimiento. Sólo sufre quien se resiste. Y tú te resistes a la corriente del amor. Te has quedado anclado en el desamor. Tienes nostalgia no del amor, sino del sufrimiento. Confundes el sufrimiento con la dicha, pues, en la raíz, ambos te sacan de ti mismo. Salvo que la dicha discurre siempre en el río, mientras el sufrimiento trata de vadearlo a contracorriente. ¡Abandona, pues, lo que no es sino nostalgia y melancolía, pero no es amor! Deja de prenderte al sufrimiento para que el río pueda tomarte en sus brazos y rezumes amor real. Deja de buscar amor donde no hay amor.

El amor no mata, amado Samuel. El amor no quita la respiración. El amor hace vivir y llena de oxígeno.

Queridos alumnos, no os dejéis llevar nunca por los espejismos que confunden a los seres con sus cuerpos y al amor con el interés, el egoísmo y el sufrimiento; los espejismos que buscan la fuente del amor en el cuerpo, y no en la vasta energía del cosmos. ¡Nunca ha padecido tanto la sociedad contemporánea por amor y nunca ha habido menos amor!

Mis dilectos alumnos, abrid primero en vosotros la brecha del amor; amaos antes que nada a vosotros mismos. Y cuando estéis plenos de amor, entonces dadlo en lugar de pedirlo. La persona amada será un regalo, nunca un complemento. Será una fiesta, nunca una necesidad. Será un derroche, jamás una exigencia.

Samuel, desconfía de todo lo que sea difícil. El amor es fácil. Cuando llega es como si siempre hubiera estado allí. No chirría, no desentona, no clama, no llora. Es plenitud, ausencia de tiempo, eterno presente, ubicuidad total. Ama de verdad a esa mujer que no te ama y el poder que tiene sobre ti habrá desaparecido. El sufrimiento que te impones por su causa se disipará. Y habrás hecho espacio para que el río te subyugue y te conduzca hacia otros puertos que no puedes ni siquiera sospechar aún.

Samuel, te lo digo aún más claro: el desamor que sientes es una bendición. Sin él, no emprenderías el viaje. El amor es viaje. Dos que se aman son viajados por el amor. ¡Déjate viajar, Samuel! ¡Dejaos viajar, amados alumnos! Y no tengáis expectativas. Permaneced abiertos a lo que os muestren los paisajes. En el recodo más inesperado, os estará esperando un panorama. El que existe única y exclusivamente para vosotros. El paisaje que os está aguardando desde el comienzo de los tiempos. Y aunque transitareis por miles de paisajes más, éste permanecerá siempre con vosotros. Pues es el amor. Y todo amor real es amor eterno.

Tu efímero amor, Samuel, fue un espejismo en el desierto. ¡Donde sigues aún! Abandona las áridas llanuras y busca la impetuosa corriente del río. Y el espejismo será olvidado. Y ya nadie podrá arrebatarte la realidad del amor.





LA LITERATURA NO EXISTE

(el maestro a sus alumnos)

Mis queridos alumnos, vosotros que venís a escucharme, que ansiáis despertar de un mundo sonámbulo, ¡qué maravilla que vuestros ojos hayan comenzado a recelar de los espejismos! No os hagáis nunca esclavos de ellos. Por el contrario, enfrentad sin miedo la realidad.

La literatura no existe. Quienes hablan de literatura, enfangan de brumas la verdad. No, la literatura no existe. La literatura es el pretexto para aquellos que jamás han descendido a la oscuridad en que todo se engendra. La literatura es el refugio de la pequeñez, el disfraz de los ensoberbecidos, el campo de batalla de los ciegos. Hablan de literatura y, en su nombre, cometen innumerables atrocidades. Se sirven de la literatura como otros se sirven de fatuos ropajes o de lujosos automóviles.

La literatura es la escoria del ego. La literatura no existe. Es sólo una irreal abstracción, una etiqueta para quienes juntan palabras, un baño de oro para los pensamientos inanes. Ellos mismos, quienes se proclaman voceros de la literatura, hablan de literatura buena y de literatura mala. Pero no os engañéis: toda literatura es mala. No hay literatura buena.

¿Qué es lo contrario de la literatura? La verdad. Cuando escribáis, no penséis en la literatura; pensad en la verdad. Que no os importen las palabras ni la expresión ni el ritmo ni el género. Sólo la verdad. Huid del lenguaje y de los artificios y de las modas y de los grupos, y concentrad vuestra energía en hacer el camino, romper los límites y adentraros allí a donde radica la esencia. Escribid para vosotros y, al hacerlo, escribiréis para la humanidad entera.

¿Que más os da que os lean o no? ¿Que os publiquen o no? Esa preocupación es sólo para quienes hacen literatura, pero jamás para quienes aman la verdad. A una parte, está la literatura; a otra, la verdad. Y la verdad puede venir en palabras, pero también puede venir en el silencio. La verdad puede estar escrita, pero también puede estar en una mirada. La verdad puede brotar de un sabio, pero también de un niño. Vosotros buscad la verdad, aunque seáis su primera víctima. Buscad la verdad y expresadla como deseéis: con una sonrisa, con un abrazo, con un baile, con una palabra.

Vosotros no sois escritores. Quienes hacen literatura son escritores. ¡Escritor! ¡Qué sinsentido! Escribir es un reflejo y, por tanto, jamás puede ser un oficio. ¿Acaso se puede trabajar de espejo? Los espejos sólo reflejan la luz. Escribir es sólo reflejar. ¿No os parece estúpida una profesión que sólo se dedica a reflejar? Unos utilizan espejos convexos y otros cóncavos, y ambos distorsionan. Lo vuestro no es reflejar, mis queridos alumnos. Lo vuestro es sentir directamente la verdad. Es experimentar la verdad en vosotros. Vuestra fuente no es la literatura, sino el mundo, el universo. Debéis beber en las fuentes, nunca en los reflejos de unos libros proyectados sobre otros libros provenientes de otros libros.

¡Abandonad las sombras chinescas, mis amados alumnos! Ese contenedor de detritus al que llaman literatura. La literatura no existe. La literatura es la red para acallar la verdad. La literatura es un castillo de fuegos artificiales.

No leáis. Escuchad a los hombres. No declaméis ni versifiquéis, sino amad a los hombres. Vivid, gozad y padeced con los hombres. Buscad a los hombres más bajos, que son siempre los hombres más veraces. No viváis en palacios, sino en chozas, más cercanas a la verdad. Vivid, comed, mascad, absorbed la verdad. Y si alguna vez sentís la necesidad de decir algo, que sea alimento para vosotros.

Sabéis muy bien que se aprende enseñando. Enseñad sólo para aprender. No escribáis jamás una línea que no sea vital para vosotros. Y por cuanto la verdad es siempre la verdad, no os preocupéis si lo que escribís se destruye. Pues lo importante no es la verdad nombrada, sino la verdad vivida. Que la verdad se haga carne de vuestra carne, mente de vuestra mente.

Mis amados alumnos, pasad de largo ante aquellos que mendigan la lectura de sus páginas. Están sedientos de reconocimiento. Buscan en los demás lo que no han encontrado en sí mismos. Se quejan y se lamentan de que nadie los lee, ¿pero quién habría de leerlos si las verdades que nombran son sólo palabras? Hablan de independencia y se mueren por el elogio. Se creen libres, pero están uncidos a la opinión ajena. Juntan palabras, pero sólo ven espejismos. Romperlos les aterroriza. Por eso hablan de literatura, no de verdad. Y desdeñan a quienes buscan la verdad. Se vanaglorian de sus lecturas mientras están cerrados al descubrimiento.

La literatura no existe. No busquéis refugio en ella. Vuestra misión es ver la verdad más allá de los engaños, de las apariencias, de los disfraces. Más allá de las palabras. Leed sólo aquello que lleve el sonido de la verdad. Todo lo demás, buscadlo en el mundo, en vuestros hermanos. ¡No busquéis nunca en lo libros! Si no buscáis, encontraréis.

La literatura no existe. No os reunáis con literatos. No busquéis el reflejo del reflejo del reflejo. No plasméis vuestros hallazgos a no ser que necesitéis iluminaros con ellos. No los publiquéis, a no ser que pudierais hacerlos pedazos con indiferencia. Tirad vuestros escritos al desierto, pues no escribís para ser leídos, sino para que la sabiduría se exprese a sí misma. Vosotros no escribís para los lectores, sino para un solo lector, un lector que llegará no se sabe cuándo ni cómo; o tal vez sólo escribís para vosotros mismos.

Alumnos queridos, en esta lección, os lo repito: la literatura no existe. No caigáis en sus trampas. Buscad la verdad. Y la verdad os buscará a vosotros.




LOS ESPEJISMOS

(el maestro a sus alumnos)

Mis amados estudiantes, me preguntáis qué son los espejismos y cómo distinguirlos. Veréis: lo que la sociedad llama “aprendizaje” es, en realidad, un desaprendizaje.

Los niños ven más allá de las apariencias; los niños ven lo invisible; ven el mundo real. Pero los padres y la sociedad se proponen invertir su conocimiento. Logran que dejen de ver lo invisible y consideren que el mundo es real. Así, conforme crecen, comienzan a rendir culto a lo irreal.

Todo cuanto tejen los hombres es fantasmagórico. No existe. ¿Os habéis visto reflejados en el agua? La imagen cambia, se agita, se deforma según el movimiento de la superficie. La imagen reflejada no es vuestra imagen. Estáis firmes, permanentes, mirándoos en las aguas, pero vuestra imagen se metamorfosea a cada segundo.

Todo lo que cambia es falso. ¿Habéis visto cómo cambia la sociedad de los hombres? ¿Cómo cambian sus leyes, sus costumbres, sus escritos, sus artilugios? Cambian porque lo que es falso no puede permanecer por mucho tiempo idéntico a sí mismo. Lo que es falso se encuentra en continua metamorfosis. Se trueca, se hace, se deshace, se tuerce, cae, se levanta, y así de manera eterna e infinita.



Lo que los hombres llaman “edades” es la prueba de que cuanto tejen son ilusiones. Hasta sus más firmes creencias, aquéllas por las que son capaces de dar la vida, se truecan de unos siglos a otros.

No hay nada real que pueda construir el hombre. Ni siquiera la ciencia, que se transforma igual de un tiempo a otro. Hoy te pueden llevar a la hoguera por no creer una cosa y mañana ensalzarte por haberla creído. Todo es inconsistente, versátil, traicionero en el mundo de los hombres. Luego la realidad tiene que estar en otra parte.

Esa es vuestra misión, queridos alumnos: encontrar la realidad. Ahora ya lo tenéis claro. Todo cuanto de visible os rodea es espejismo. Lo que creen los hombres, lo que hacen, lo que dicen, lo que construyen, todo es humo, niebla, inconsistencia, mentira.

Si queréis eludir los espejismos, no podéis obedecer a los hombres. Tampoco debéis oponeros a ellos, porque conferimos realidad a aquello con lo que luchamos. No tenéis que luchar con nada. Simplemente pensar que no es real. Cuando los hombres traten de imponeros sus dogmas, no los rechacéis. Simplemente no creáis en ellos. Ved más allá de ellos. Pues ahora debéis desaprender y considerar que la verdadera realidad no es la que os enseñaron, sino aquélla con la nacisteis.

La verdadera realidad está en lo invisible. La verdadera realidad mana de los sueños, que nos enseñan que no estamos separados, que no somos uno, sino multitud, que somos niños, jóvenes y adultos a la par; que el tiempo no existe, sino que todo es un simultáneo presente; que nuestros cuerpos son irrelevantes y que, más allá de ellos, hay un espectador que lo contempla todo desapasionadamente.

Los sueños son la voz de la realidad. Nos parecen incoherentes porque nos han enseñado a despreciarlos, y porque nos han dicho que lo real tiene sólo que ver con la lógica y el tiempo. Amados alumnos, el mundo que desean que consideréis real ha sido construido por la soberbia del hombre. El hombre que, al ver la creación, ha querido emular el vasto poder de la energía; el vasto poder de Dios. Lo que Dios construye es real. Lo que el hombre construye es fantasía. Así que, si queréis evadiros de los espejismos, no deberéis acatar las leyes del hombre.

Vosotros servís a una causa mayor, el gigantesco poder del cosmos, el campo cuántico en el que brota y desaparece la materia, las cataratas de amor que cosen galaxias y aparean estrellas.

Toda ambición, todo deseo, toda posesión son espejismos. Pues ni la gloria ni la soberbia ni las posesiones se pueden llevar de una existencia a otra; pero el amor, sí. El amor es el oro de la realidad. El amor es la única moneda que sirve al alma. Quien crece en amor no mengua nunca.

Vosotros, amados discípulos, tenéis que crecer en amor. Y, al hacerlo, cualquier espejismo quedará hecho añicos. Cuando no sintáis amor, sino miedo, o cualquiera de las formas del miedo, entonces estáis ante un espejismo. No es real. Pero si sentís amor, es real.

Vosotros sois los exploradores de lo invisible. Vuestro objetivo no son las selvas ni las galaxias, sino los mundos sutiles, ignotos, que están en cada uno de nosotros, que radican en todo y más allá de todo. Ése es vuestro reino, queridos alumnos. Ésa es la realidad.

Cuando el mundo que os circunda comience a palidecer y, en su lugar, escuchéis el alma milenaria y atormentada de los hombres, los himnos del bosque y el ancestral canto de las rocas, entonces es que estáis penetrando en lo real. Cuando una profunda compasión os una hasta al más miserable de vuestros enemigos, cuando os veáis invulnerables al mal, cuando una dicha inefable os posea, es que estáis en la realidad. Y entonces el tiempo se volatilizará.

Son las ilusiones humanas las que fabrican el tiempo. Sin ilusiones, sólo existe eternidad. Vosotros, mis queridos estudiantes, sois los adalidades de la eternidad. Lleváis la eternidad a cada hombre aprisionado por el tiempo. Lleváis el ser a todo hombres aprisionado por las apariencias. Como no fluís con el tiempo, ni la enfermedad ni la vejez pueden con vosotros. Vuestra lozanía, vuestra salud, son el testimonio de que la red de los prejuicios no os ha cazado. El testimonio de que la realidad late en vosotros, y la realidad es siempre permanente, impecable, impoluta y feliz.

Queridos alumnos, glorificad lo invisible donde el mundo asienta sus raíces, lo invisible que lo anima y que lo nutre. Alimentaos, discípulos míos, de lo invisible. Entregad vuestro tiempo a lo invisible. Lo invisible antes que comer, antes que reproducirse, antes que trabajar. Lo invisible por encima de todo. Lo invisible que ha pasado a ser vuestra realidad, mientras que aquélla en la que cree el mundo se ha tornado meliflua y espectral.

Los espejismos, amados alumnos, son el mundo, la Historia, los libros, las filosofías, la prensa, los museos. Lo real está más allá y se asienta en lo que es igual que hace millones de años: en las montañas, en los bosques, en los desiertos, en los mares. Allá donde las ilusiones del hombre no han llegado aún. Lo real habita en el interior de cada uno de vosotros.