martes, 25 de noviembre de 2014

AGUJEROS NEGROS

«Los concursantes tendrán que intercalar obligatoriamente en sus textos la frase “elevamos sueños”, eslogan de la empresa de ascensores» 

Javier Molina, gerente de IASA Ascensores, flanqueado por José Mª Merino (izda.) y Antonio Sánchez Trigueros (dcha.) durante la presentación en el Palacio de Carlos V (Granada) del concurso de microrrelatos "Elevamos sueños", quienes, junto a Andrés Neuman y Ana Mª Shua, compondrán el jurado (foto IDEAL/González Molero)

Agujeros negros 

El gerente de una empresa granadina de ascensores afirma que, por “respeto” al mundo literario, ha elegido a un jurado de prestigio para el premio de microrrelatos que ha convocado su firma, del que, con 3000 €, dice que es uno de los mejor dotados de España. Pero lo que se colige de las bases es, por el contrario, una humillación del mundo literario. La última de las muchas que se perpetran en esta ciudad que banaliza desde hace años la figura del escritor, haciéndolo participar en eventos donde, con la excusa del “altruismo”, no se le paga, usándolo como reclamo de organismos públicos y sociedades comerciales, llevándolo como un espantapájaros y en masa a histriónicos saraos, mezclando su voz, ya de por sí aguada, con conciertos y marcos sublimes, en una degeneración que ahoga con el ego provinciano, con lo bonito o lo normativo la fuerza de la palabra libre y solitaria.
¡Los concursantes tendrán que intercalar obligatoriamente en sus textos la frase “elevamos sueños”, eslogan de la empresa de ascensores! Ni la Coca-Cola se ha atrevido a imponer algo así en sus concursos de redacción. Los escritores, convertidos en anunciantes, y, además, de tres al cuarto, por una irrisoria retribución, que, encima, sólo conseguirá uno de ellos. ¡Qué manera de ahorrar en publicidad! Y ¡qué ladina forma de denigrar las letras!
El procedimiento es tan burdo que evoca tópicas películas americanas donde se tejen historias risibles ante cándidos eslóganes como éste. ¡Y todo porque la empresa ha construido un pequeño ascensor en el palacio de Carlos V! Si es desdeñable que se manipule el mundo literario, resulta lamentable que un organismo oficial como la Alhambra sirva de amparo. ¿Es posible que una institución pública se preste a semejante impostura? ¿Que ceda el Palacio de Carlos V para una declarada operación comercial? ¿Podrán a partir de ahora otras empresas hacer lo mismo?
¡Cómo habrían rechazado semejante señuelo los Valle-Inclán, los Sawa, los Machado, que, a pesar de su pobreza, no ponían jamás su pluma al servicio de ninguna causa que no fuera el Arte! Lorca lo habría incluido dentro de la categoría de “los putrefactos”. Que la publicidad se pague como publicidad, pero que no se encubra como literatura. Disfrazado como oportunidad para los nuevos escritores, este premio no es sino una perversa utilización de sus facultades, un engaño de los muchos que teje esta sociedad de pícaros, un hacerles creer que “elevan sus sueños” gracias a la empresa de ascensores cuando, en realidad, los están hundiendo. ¡Pobres pardillos los participantes!
Luego, hecho público grandilocuentemente el palmarés, los responsables presentarán en olor de multitud un librito de microrrelatos donde se repite, en todos y cada uno de ellos, el estribillo “elevamos sueños”, lema mercantil y herraje, en adelante, de los escritores rebaño, de los escritores dóciles, sumisos, el sello de esta desarbolada sociedad donde la rebeldía no es que esté mal vista, sino que hasta se ha borrado de las mentes. Si no fuera así, ¿cabe que literatos de reconocido prestigio se presten a la mascarada? Muy a ras de tierra deben de estar los sueños, debe de pesar tanto elevarlos que se hunden en las tinieblas. Junto a la política, el país languidece literariamente. Y en provincias, avanza hacia la materia oscura, hacia el agujero negro del que no se retorna jamás.

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 25 de noviembre, 2014

martes, 18 de noviembre de 2014

TOTOS

«Conforme nos hemos ido haciendo más prósperos, hemos empobrecido el lenguaje» 


En esta foto de los años 50 del pasado siglo, no sólo las niñas, sino hasta la muñeca, llevan totos 

Totos 

«¡Qué toto más chulo!», bromeo en una distendida reunión de amigos cuando uno de ellos prende al cabello de una chica una moña hecha con una servilleta. Se me quedan mirando perplejos. «¿“Toto”? ¿Qué significa?». Yo me quedo más perplejo aún. «¿No sabéis lo que significa “toto”?». Niegan. «¡Pero si es una palabra común!», proclamo. «Común para nada», responden a coro. Saco el móvil y voy al RAEL. Me quedo estupefacto cuando compruebo que no está recogida. «¿Ves?», me dicen.
Mientras les explico el significado, voy entendiendo. Estoy en Madrid, ¡luego probablemente se trata de un granadinismo! Pero me asombra no haber reparado jamás en él ¡yo que, en compañía de Nicolás Palma y Paco Álvarez de la Chica, elaboré un diccionario de términos locales! Nunca habría imaginado que esta palabra, que tanto pronuncié en mi niñez, cuando los totos infantiles hacían furor, y que sigo utilizando hoy, fuese un localismo. Hasta tal punto tenemos arraigado el lenguaje que los términos propios, esos que nadie entiende en otros lugares, los pensamos universales y ni siquiera nos vienen a la memoria cuando tratamos de recogerlos conscientemente.
Ahora sé que la palabra “toto” es tan nazarí que hasta tienes que rastrear Internet con lupa para encontrar un par de ejemplos con la acepción que se le da en Granada, la de lazo o moña en el pelo, no la de órgano genital femenino, que esa sí que está extendida por Hispanoamérica. La noche madrileña me ha regalado, pues, este término que, de otro modo, me habría pasado desapercibido, y, con el regalo, me inundan “las palabras del corazón”, como Nicolás, Paco y yo titulamos nuestro divertido librito.
De pronto reviven ante mí las niñas retotoyúas por las que nos pirrábamos los chaveas, con sus babis espercojaos y sus trenzas con totos, persiguiendo bulanicos y mascando cañadú o tracto… Por cierto, esta última palabra tampoco está en nuestro diccionario, se llamaba así a las barritas de regaliz y supongo que debía de venir de “extracto” (de regaliz). Misterioso que renazcan palabras que fueron desapareciendo y es que han seguido vegetando en lo más hondo de nuestra sentimentalidad y sólo despiertan al conjuro de las emociones, no de la fría memoria racional.
El reconocimiento de “toto” como palabra hogareña es una de esas emociones, que suelen venir cuando menos te lo esperas y con la guardia bajada, y por eso te poseen de arriba a abajo. El lenguaje es un flirt permanente y los escritores y periodistas somos los apasionados amantes de las palabras, las buscamos, las cortejamos, nos enamoramos de ellas, las rescatamos o las abandonamos tristes y cariacontecidas en un recodo del camino, y entonces se mustian y agonizan, y por eso ya nadie dice chícharos, sino guisantes, ni rosetas, sino palomitas, ni “te extraño”, sino “te echo de menos”, ni curianas, sino cucarachas, ni tolano, sino chichón, ni bestias, sino animales…
Conforme nos hemos hecho más prósperos, hemos empobrecido el lenguaje, nos hemos vuelto cúrsiles, menos precisos, hemos ocultado con vergüenza lo más entrañable. Pero en esta noche tan especial, enarbolo la palabra “toto” y, secundando a mi amigo, coloco entre risas totos de papel en el cabello de las chicas que nos rodean, como un tributo al alma del lenguaje, a nuestra pobre y lacerada alma a la que hemos ido sisando sus mejores palabras.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 18 de noviembre, 2014

martes, 11 de noviembre de 2014

BOTAS DE SIETE LEGUAS

«¡Qué armónica y elegante prosa la de Raúl Peña para transportarnos por las turbulencias de la Historia!» 

El director de cine y viajero escritor Raúl Peña, autor de "Espejismo solar" (Renacimiento) 

Botas de siete leguas 

Ahíto de dispositivos electrónicos, me refugio en el papel. Al recuperar el espacio físico, recupero el tiempo palpable y me envuelve así el primitivo placer de la lectura, el de aislarse de todo con un buen libro y viajar con la imaginación, que es una de las más hermosas formas de viaje, como hago con el volumen de Raúl Peña “Espejismo solar” (Renacimiento), que me conduce desde las Alpujarras hasta el mítico País de los Negros que conquistó el andaluz Yuder Pachá a finales del siglo XVI.
¡Qué armónica y elegante prosa la de Raúl Peña para transportarnos por las turbulencias de la Historia! Tal vez porque se sirve del lenguaje como unas botas de siete leguas y, por tanto, no se queda anclado en las palabras como incómodos pedruscos ni se hunde en la fangosa verborrea académica, sino que da grandes y precisas zancadas concediéndonos el tiempo justo para seguirlo absortos en sus huellas. Se nota que es director de cine. En Granada, rodó con Leonard Cohen el videoclip de su famosa canción “Take this waltz”. Tras haber hecho cientos de documentales, spots, vídeos y varios largometrajes, Peña ha adquirido un extraño don para narrar visualmente. Cada palabra suya, cada frase, implican un paso, un giro, un movimiento, una perspectiva que envuelven al lector en el vértigo de la aventura aunque esté sentado en el sillón y protegido por el confortable haz de luz de su lámpara.
En las páginas de Peña se viaja continuamente, pero no se trata de la jornada plana del turista, sino de la del viajero culto y avisado, la de quien se sirve del camino como meditación y cuyo periplo se convierte en una metáfora de la vida, de ahí que, aunque dicen que sus libros son de viajes, se trata de singladuras donde la ilustración va pareja a la amenidad. Por eso el autor, al tiempo que zancajea de un sitio a otro, recurre a la Historia, a los testimonios orales, a la prensa, a los sucesos cotidianos, elementos con los que entabla diálogo, como hace con la novela que Manuel Villar Raso dedicó a Yuder Pachá, “Las Españas perdidas”, rubricando sus acuerdos y desacuerdos, o en su recorrido por el Valle de Lecrín buscando los ecos de Abén Humeya y de la rebelión morisca, o subiendo a las tierras que lo aclamaron, Órgiva, Cádiar, Ugíjar, Válor… o recordando en el Sacromonte la historia de los apócrifos y plúmbeos evangelios que aunaban Cristianismo e Islam.
¿Quién no haría un viaje a caballo entre el pretérito y el presente, entre piratas, harenes, eunucos, travesías del desierto, espejismos, batallas, amenazas de rapto y decapitación, teniendo la seguridad de salir indemne, para lo que le basta con cerrar el volumen y recordar dónde se encuentra? Es la cualidad de los buenos libros de viaje y es la cualidad del apasionante libro de Peña, diestro conductor hacia Tombuctú, espejo de España, cátodo en versión talento y fidelidad del ánodo del desapego y la traición, ambos tan propios del carácter nacional. Entre lo positivo y lo negativo, entre el presente y el pasado, entre la Historia y la leyenda, las páginas de este libro iluminan por dentro y proyectan esperanza por fuera, mostrando que no existen destrucción ni penalidad que no lleven dentro la chispa de una nueva creación.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 11 de noviembre, 2014

martes, 4 de noviembre de 2014

LA FERIA SIN VANIDADES

«No es ésta la feria de las vanidades, sino la feria donde se revela la inania de la vanidad» 

Un estand de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Granada (2014) con el Palacio de Bibataubín al fondo
Foto: Lo Real Invisible 
 
La feria sin vanidades 

El tiempo pasa como las aceleradas hojas de calendario que, solapándose unas con otras, indicaban en las viejas películas el flujo del acaecer. Pero paseando por esta Granada otoñal, comprendo que aquellas hojas no desaparecieron tras los fundidos cinematográficos ni se encaminaron al mar del olvido.  Sólo se ocultaron para reaparecer en lugares como este, en la Fuente de las Batallas, por cuyos caños mana el pretérito en forma de viejos y entrañables libros.
Esta feria del Libro Antiguo y de Ocasión es, como todas las ferias de los libros que fueron, un lago que crece con el agua de ese río que creíamos devorado por el tiempo. Darse un garbeo por Puerta Real y asomarnos a las hileras de tomos que nos miran serenos es contemplar al que fuimos, sumirnos en un espejo que reconstruye fielmente nuestra historia personal.
En un estand contemplo los grandes volúmenes de la editorial Gallach que marcaron mi infancia, donde aprendí historia y ciencias y geografía, con sus grandes fotos de las razas humanas y sus esbeltas aborígenes desnudas, la primera y arrebatadora desnudez que me fue dado contemplar. Están los tebeos apaisados del Capitán Trueno, cuyas historietas me traen todavía hoy el día en que las leí, dónde las leí y hasta los olores y sonidos que había en el momento en que las leí. Me topo con las novelas de la Colección Popular Literaria, cuyas portadas de colores arrasaron en los años 50 y donde yo me asomé por primera vez a la gran literatura. Veo libros dedicados a la masonería, y recuerdo que el asunto se puso de moda al final de los años 60, acicateado tal vez por la obsesión franquista con lo “judeomasónico”. Me topo con obras dedicadas a la crisis, pero no a ésta, sino a la del petróleo, en los años 70, cuando los agoreros vaticinaron el fin del mundo industrial. Contemplo portadas y páginas que invocan la liberación de la mujer, que desvelan los secretos del sexo, que descubren las alegrías del erotismo, pero que tampoco son de ahora, sino de los años 20 y 30…
No, ésta no es la feria de las vanidades, sino la feria donde se revela la inania de la vanidad. Los grandes escritores cuyo nombre nadie recuerda, los temas palpitantes que hoy consideramos triviales, los sesudos estudios que yacen enterrados por su verborrea, los libros raros que ocultan un genio que nadie supo ver, los contados títulos que mantienen aún su vigencia… de la misma forma que en nuestras vidas cosas que parecían cruciales son vistas como anecdóticas, igual que han caído admiraciones, objetivos, amistades, amores, lo mismo que sucesos que antes considerábamos anodinos emergen hoy bajo una nueva luz.
Hay que ir a merodear a la Fuente de las Batallas y agenciarse uno de estos volúmenes, el que más nos diga, el que más nos emocione, el que más clame su necesidad de ser leído. En esas páginas, está el yo pasado sin el cual el yo presente es una entelequia. Frente a la todopoderosa feria de las vanidades en que vivimos, esta humilde feria es un oasis donde tasar nuestra vida y enderezar un camino que, sin recuerdo, suele ser vicioso y sesgado. Si quieres llegar a tu meta, piérdete en Puerta Real.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 4 de noviembre, 2014