martes, 27 de marzo de 2012

PASTILLAS ANTONIO ENRIQUE

«Vivimos una epidemia de dislexia. El remedio son las pastillas Antonio Enrique»

Portada de la novela de Antonio Enrique "Rey Tiniebla" (editorial Almuzara, 2012)

Pastillas Antonio Enrique

Unos laboratorios de Córdoba acaban de sacar al mercado un producto que neutraliza la expresión lela, el discurso insuficiente, los comodines lingüísticos y los eufemismos payoyos. Son unas píldoras que los médicos deberían recetar a los políticos de lenguaje estereotipado, a los maestros que sólo han leído apuntes, a los estudiantes que jamás tocan un libro, a los periodistas desecados por los manuales de estilo, a los presentadores televisivos apresados por muletillas… Todos deberíamos tomar diariamente una de estas grageas cuyo nombre comercial es “Antonio Enrique”.
            Estas pastillas que deberían recetar los médicos sólo las venden en librerías. Y Antonio Enrique no es un químico, sino un consumado escritor que acaba de dar a luz una sorprendente novela, “Rey Tiniebla”, tan bien narrada y con las palabras tan justas y tan nítidas, que valdría por un largo teorema matemático. Un placer que ya se cata poco esta riqueza en las oraciones, la belleza de su compás, el gong ritmado de los pensamientos, la exactitud de los términos. Frente a esta prosa, hay que descubrirse.
            He aquí, en estas píldoras sobre papel de los laboratorios Almuzara (otros los llaman editorial, pero deben de ser unos laboratorios si publican libros así), el antídoto contra el español que se nos cae a trozos, que es despreciado en España por los nacionalismos históricos, hecho trizas por la dejación de las élites, deshidratado por la clase política beata. Ya no lees una crónica en un periódico, una información en un teletexto, una noticia en Internet, que no esté trufada de repeticiones, de abstrusas perífrasis, de términos vagos, de faltas de concordancia, de asmática cojera. ¡Pobre español de España! Pero al leer a Antonio Enrique, se rompe el maleficio. Te tomas sus píldoras y los balbuceos van disminuyendo, el lenguaje comienza a fluir, y poco a poco se impone en todo su poder.
Huyamos del lenguaje esterilizado. Es necesario servirse de la riqueza del español. Hay que regalar palabras viejas que hoy resultan nuevas. Hay que regalar este libro de Antonio Enrique porque su belleza suscita la curiosidad y la emulación, y entonces queremos parecernos a él, hablar aunque sea una cuarta parte de como él habla.
            Inaplazable reconquistar el español. No es gratuito que Antonio Enrique haya elegido como protagonista al rey en cuyos dominios no se ponía el sol. En nuestro castellano, tampoco debe ponerse el sol. Que ilumine desde el catedrático al albañil, del mismo modo que esta novela está narrada por un mozo de condición baja, pero de expresión alta. En Latinoamérica, las clases humildes y los analfabetos hablan el mejor español del mundo.
            En este país, sin embargo, vivimos una epidemia de dislexia. El remedio son las pastillas Antonio Enrique. En el envase “Rey Tiniebla” o en cualquier otro del autor. Pídelas mientras aún te queden palabras. Si esperas, tal vez tengas que hacerlo por señas.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 27 de marzo, 2012

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