martes, 2 de octubre de 2012

EL GUÍA

«Este joven centenario nos contempla desde las montañas y nos indica el camino que nunca debimos abandonar»

José Fernández Castro

El guía

¡Vio tantas cosas en su vida! José Fernández Castro supo de la valentía y el miedo, de la amistad y la traición, de la grandeza y la ignominia. Lo vio todo como hay que verlo: con sus máximos contrastes. Vio lo más alto y lo más bajo. Y en estas cimas y en estos abismos, se forjó un hombre que era generoso y tolerante, y, al mismo tiempo, irreductible. Tan irreductible que fue excomulgado por tirios y troyanos. ¡Que también lo amaban secretamente!
Allí iba aquel hombre, andando con una ligereza que desmentía sus casi 90 años, camino del Albaicín, paseando su bastón, que era un mero adorno en su figura de quijote, saludando a unos y otros por su nombre, y dando ágiles pasos de equilibrista, porque eso era lo que había hecho en su vida: equilibrios para subsistir y no caer al vacío. Aunque se jugó el tipo un centenar de veces, y estuvo a punto de ser fusilado, y las amenazas de expedientes de los gobernadores civiles le rondaron como insectos, a pesar de que padeció acoso y humillaciones laborales, siempre salió a flote y publicó sus hermosos y apasionados libros, los libros de un hombre que podía decir que había vivido.
José Fernández Castro se adentró en la vida como quien se adentra con audacia en un maremoto. Podía haber perecido y, sin embargo, ni las más fieras tempestades pudieron con él. El homenaje que le tributa la Diputación de Granada no es sólo justo sino perentoriamente necesario, porque ilumina la figura de un hombre que se enfrentó al conformismo y que lo venció a pesar de que el precio fue la soledad. Un hombre inusual en estos amargos tiempos de gregarismo e incultura.
Durante el reinado de Alfonso XIII, fue republicano. En la posguerra, socialista, el único socialista de Granada. Durante la Transición, se opuso al espíritu del amiguismo y el pelotazo. Hoy, cuando el fruto de aquellas lluvias son estos lodos, su figura queda nimbada en la cúspide de la montaña con el aura del guía: mientras una sociedad alegre y descomprometida brindaba con champagne, él vio que España caminaba hacia el precipicio. ¡Y se mantuvo firme en la senda difícil, estrecha y oscura, que era la correcta!
La biografía de José Fernández Castro ofrece el ejemplo que anhelamos. Es uno de los justos que  necesita esta sociedad para no quedarse anclada en la barbarie. Su obra da fe de esa biografía, de los atormentados tiempos en que se forjó, de sus contradicciones, grandezas y miserias. Los cien años que José Fernández Castro debió cumplir el 16 de junio de 2012 nos embargan con el ejemplo de quien fue fiel a sí mismo y por ello nunca dejó de ser joven. Y es este joven centenario quien nos contempla desde las montañas y nos indica el camino que nunca debimos abandonar.

GREGORIO MORALES

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