martes, 18 de junio de 2013

TEMERIDAD

«No existen los enemigos, sólo los límites»
Thomas Tursz, célebre cancerólogo francés, director del Instituto Gustave-Roussy en Villejuif (Francia), conversa con un médico hindú durante su estancia en la India en 2012 (foto: ARTE)
Temeridad

Thomas Tursz, un célebre cancerólogo francés, ha ido a la India para estudiar las técnicas de la medicina tradicional, y, después de considerarla acientífica, va y le dice para congraciarse a uno de estos médicos: “Bueno, al menos, tenemos en común que ambos combatimos al mismo enemigo: la enfermedad”. El hindú exclama entonces con musical acento: “¡Pero la enfermedad no es un enemigo!”. Tursz se queda pasmado. No entiende. ¿La enfermedad no es un enemigo?
¡Se trata justamente de eso! No existen los enemigos, sólo los límites. Nuestros enemigos son nuestros límites. Los enemigos están ahí no porque nos quieran mal, sino porque reflejan la parte de nosotros que no queremos aceptar, son los avisos piadosos que la vida nos pone en el camino: “¡Aquí no te has atrevido aún!”. Y entre estos enemigos imaginarios, hay que contar las fobias, lo que nos subleva, lo que nos emberrincha. Y la enfermedad.
Cuando combatimos a nuestro pretendido adversario, ahondamos los límites y, por tanto, potenciamos al adversario. Hasta el más bravo guerrero siente miedo en el combate, y el miedo hace real  al enemigo. Cuanta más sangre y más lucha y más muerte, más poder para el combatido. Por eso, los derrotados han acabado venciendo siempre. Por eso, ni los más potentes ejércitos han podido borrar sus fantasmas. Por eso, quienes luchan contra una enfermedad acaban antes o después vencidos por ella, de la misma forma que quienes luchan por conseguir sus sueños, acaban derrotados por sus sueños, o quienes luchan para imponer sus principios políticos, acaban viendo en su lugar la arbitrariedad, la codicia y la violencia.
No, no existen los enemigos, pero sí los límites, y los límites hay que transgredirlos e integrarlos. Que una persona me parezca insoportable, que me sulfuren las manifestaciones públicas de determinados individuos, que no alcance mis sueños, que el maldito dolor crónico me ataque, no son el indicio de mi mala suerte ni de mi precaria salud ni del mundo despiadado en que vivo, sino sólo que no soy capaz de romper las fronteras que yo mismo he erigido, de que no soy capaz de abrirme a lo que temo o a lo que anhelo, de que soy impotente para descubrir dentro de mí lo que creo ver fuera de mí.
La mejor medicina es la temeridad: no sentir terror ante los límites, sino precipitarse hacia ellos y abrazarlos. Y entonces, como en los sueños, descubres que son ilusorios, que sólo existen en tu mente, y que, cuando creías estar combatiendo para rechazarlos o luchando por alcanzarlos, estabas en realidad combatiéndote a ti mismo. Y te apercibes de que depende de ti no tener enemigos, de que la potestad para plasmar tus anhelos reside en ti, y que para ello basta con no sentir terror e ir hacia las fronteras y estrecharlas enérgicamente contra tu pecho. Y comprendes que el reputado cancerólogo francés es en realidad un curandero, y que el anónimo médico hindú es la verdadera autoridad, porque te lleva hacia los límites para que te cerciores de que no existen y por tanto no luches, y, al no luchar, se volatilice cualquier enemigo que creas tener. Y entonces alcanzas tu meta. Entonces sanas.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes 11 de junio de 2013

2 comentarios:

  1. Magnífica reflexión sobre la realidad del ser humano, que con demasiada frecuencia tendemos a olvidar en una cultura que apuesta por el hedonismo y por cargar la vida de años en vez de llenar los años de vida.
    Enhorabuena.

    ResponderEliminar

Comenta este texto