martes, 21 de abril de 2015

LA POESÍA ES UN NIÑO

«El documental de Rodríguez Moya es un testimonio estremecedor de la importancia de la poesía para la existencia» 

Un niño del hospital infantil Manuel de Jesús Rivera “La Mascota” (Managua) lee una composición suya en el documental de Daniel Rodríguez Moya y Ulises Juárez Polanco Me gustan los poemas y me gusta la vida” (2015) 

La poesía es un niño 

Algo afilado y oscuro te rasga el corazón cuando escuchas los poemas de estos niños enfermos de cáncer. Sus textos poseen una belleza esencial, imprevisible, demoledora en su aparente inocencia, que prende y tira de ti hacia el estallido, hacia el llanto, aunque no sabes muy bien si es llanto de emoción por tan consumadas obras de arte o empatía por la serenidad abrumadora con que los pequeños enfrentan la muerte. Tal vez ambas cosas. Y muchas más, sutiles, invisibles, subversivas...
    Qué gran aventura la del poeta y director granadino Daniel Rodríguez Moya sumergiéndose en este mundo y trayéndonoslo como gema cegadora en forma de documental. Bajo su dirección y la del escritor nicaragüense Ulises Juárez Polanco, “Me gustan los poemas y me gusta la vida” se ha rodado en Managua, en el hospital infantil La Mascota, sitio terminal de niños con leucemia y cáncer, a quienes Ernesto Cardenal y Claribel Alegría imparten talleres poéticos desde hace más de una década.
    Daniel Rodríguez Moya se quedó impresionado en 2007 cuando fue invitado a participar en uno de estos talleres, fruto de lo cual ha sido esta película que se estrenó en Granada el pasado martes 14 de abril. Impresionante y bellísima película, y esto es tal vez lo más turbador: la obra muestra que la belleza está enraizada por igual en la vida y en la muerte, que sólo existe a condición de que ambas se abracen, de modo que, si eliminamos una, la belleza sucumbe y nos encontramos o bien con la postal edulcorada (cuando se elimina la muerte) o con la hoja amarillenta (cuando se elimina la vida).
    El documental de Rodríguez Moya es un testimonio estremecedor de la importancia de la poesía para la existencia y, por eso precisamente, para la sanación de los niños, pero su valor va más allá, sobrepasando con creces la intención primigenia. Porque lo que el documental patentiza sobre todo es el poder omnisciente de la belleza, el poder de lo sublime, que existen a condición de que se alíen la paz con el ruido, la armonía con el caos, lo apolíneo con lo dionisíaco. Es el secreto de las obras maestras.
    Al acercarse Daniel Rodríguez Moya a los poemas de los niños enfermos, ha producido un Gran Poema que hace retumbar nuestro pecho como una horda de tambores salvajes. Y como se nos concede copiosamente cuanto regalamos, la generosidad de los directores les ha sido devuelta multiplicada: mientras los chicos recitan sus poemas, ambos escriben el Poema.
    En último término, el documental no subraya tanto «¿para qué sirve la poesía?» sino que la poesía es la condición de la verdad, que la única forma efectiva de transformar el mundo es mediante la poesía. Y puesto que la poesía transforma, es lógico que sane. Pero abarca más: la poesía integra, disipa la trivialidad, da sentido, hace pleno el presente, neutraliza el tiempo, ahonda la existencia. La buena poesía. La poesía que conjuga los opuestos, la poesía que no se pierde en los colorines o en el sepia. Como los poemas de estos niños que, no buscando la gloria, glorían la existencia. Como este documental que, no buscando tampoco ninguna gloria personal, confiere la gloria a sus directores. Exploradores de la vida, ambos nos revelan el secreto de que la poesía es un niño.

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes 21 de abril, 2015

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