martes, 26 de abril de 2011

LIBROS CON SALIVA

¿Qué podría contarnos este hombre? 

Libros con saliva 

Es importante leer, pero es mucho más importante escuchar. En estos días de primavera, las calles de Granada se llenarán de tentadores volúmenes, de crujientes y olorosas páginas. Pero dentro de cada persona va una biblioteca de Alejandría. ¿No debería detenerme y escuchar? En el bar, aquel señor entrado en años, con pinta anodina y sienes canosas, que toma abstraído una cerveza frente a mí, ¿qué podrá decirme?
Escuchar es apasionante. La gente está ávida de contar su historia y, sin embargo, detesta oír la de los demás. Tienen lo ignoto junto a sí, pero ni siquiera lo sospechan; y cuando leen un libro, es porque ha sido ensalzado en los medios de comunicación; o porque su autor es conocido; o porque va envuelto en polémica. Pero pocas veces se aventuran a abrir un volumen del que no tienen referencias. Viven en una selva, pero sólo transitan por los raíles del safari turístico.
El mundo tiene sed de que lo atiendan, pero resulta una tarea imposible a no ser que se pague. ¡Es tan triste! La necesidad de explayarse es tan grande que se pringa al psicoanalista para ser escuchado; muchos poetas y escritores apoquinan de su bolsillo la edición de sus libros con el anhelo de ser escuchados.
Las historias en primera persona nos asaetean, pero a nadie les interesan si no se las sirven los periódicos o la televisión. ¡Sería tan fácil sin embargo experimentarlas de primera mano! Están ahí, a un palmo de nuestros oídos. Cada persona es una parte de nosotros mismos. Escuchándola, nos escuchamos. Los caminos que han transitado proyectan nuestros propios caminos.
Los libros son de papel o de bits, y no pueden responder a nuestras preguntas; y no pueden sentir el amoroso reconocimiento de ser escuchados. De lo único de que pueden presumir es de ser vendidos. Pero el alma no se vende. El alma se da, se comparte. El libro es un noble objeto, pero una historia narrada de viva voz es algo sublime. Una historia sincera, desgarrada, susurrada por un ser vivo, vale un premio Nobel.
Una sociedad que no escucha es una sociedad enferma. Una sociedad para la que somos meros consumidores. Y los libros, productos de consumo. ¡Hay que evadirse de este sino fatal! A mí que me den historias que me salpiquen de saliva. Que me cuenten mostrándome las heridas en la piel. Mientras tanto que el escritor‑tendero firme ejemplares en la caseta próxima. Tal vez debería escuchar a quienes se le acercan. Pero no tiene tiempo. O no quedaría bien. O sólo le preocupa estampar su rúbrica. Y así deja que la vida se le escurra entre láminas de celulosa vegetal. Sordo entre libros mudos mientras libros vivos pasan ante él y no puede leerlos. Ama la pulcritud del papel y de la tinta de imprenta, pero desdeña la saliva.

Diario IDEAL, martes, 26 de abril, 2011

9 comentarios:

  1. Gregorio, he sentido la sensación de que teniendo mucho que decir no era escuchada y luego cuidado con las criticas si hablas y cuentas demasiado.
    Hoy lo que se lleva es el silencio.
    Yo digo como tú, cuando me cuentan una vida con la sabia de un libro experimentado me paso horas y no me canso de escuchar. Debemos ser los últimos escuchadores, deben quedar pocos.
    No has notado cuando hablas con el que tienes enfrente, los ojos perdidos en el horizonte y has tenido que cambiar porque sentías que no le interesaba lo que contabas? Yo sí.
    No has escrito ha alguien entregando parte de ti y no te han contestado? Yo sí.
    Vamos hacia el vacío inverso.
    Un abrazo Gregorio, comparto la interesante entrada en mi facebook

    ResponderEliminar
  2. ¡Claro que me ha pasado lo que dices, Marian! ¡Es tan difícil encontrar a alguien que escuche! Afortunadamente a mí me interesa más escuchar. Y es mucho más difícil que hablar o escribir. Porque escuchar no es atender, sino entregarse con los cinco sentidos a cuanto nos relata la otra persona. Estar desnudo y plenamente abierto a sus palabras. Cuando lo logro, soy feliz. Curioso: podemos hacer más por una persona escuchándola que dándole mil consejos.

    ResponderEliminar
  3. A veces necesitamos contar nuestras cosas para dejar tras nosotros un ser nuestro afianzado, nos acercamos al final y de algún modo incierto buscamos quedarnos en la memoria del pasado y tener nosotros también un trocito de importancia, deseamos sentir que nuestra vida y experiencias han servido para algo común y no solo para nosotros.
    Otras veces simplemente nos gusta oírnos, en charlas vacías de significados, que dejan en los demás una vaga sensación de inexistencia de trasfondo.
    Otras veces intentamos transmitir difíciles sensaciones inertes en el recuerdo, o mas difícil aún, instantáneos rayos de luz que parecen descubrirnos la verdad, nuestra verdad, la de cada uno, y que se han perdido en su instantáneo reflejo, dejándonos el sabor de la cercanía.
    Porque en realidad, muchas veces sin saberlo, escuchando a los demás, leyendo a los demás, participando en los demás, lo que buscamos es el trasfondo de sabiduría que se puede ocultar tras sus palabras y que pueda abrirnos esas puertas, solo nuestras, íntimas y casi cerradas de la verdad última que cada uno tarde o temprano debemos descubrir por nosotros mismos y en lo mas perdido de nuestro interior.
    Buscando en sus palabras, desde una humildad no reconocida, otorgándoles una superioridad anhelada, la llave que nos abra nuestra puerta más íntima.
    Suele ocurrir que tras escuchar, leer o participar, suspiramos profundamente, descubriendo al “demás” tan perdido consigo mismo, como nosotros, los que al fin nos hermana, y dejamos de querer encontrar esa clave mágica que nos descubra la finalidad de la existencia, para pasar a escuchar, leer o participar sencillamente en silencio y con un deje de tristeza.

    ResponderEliminar
  4. Tienes razón, millones de personas deseando contar su historia, en la Web también eh? Toda esa profusión de blogs personals!
    Escuchemos, pues.

    ResponderEliminar
  5. Ana, a veces descubrimos gente que no está perdida. Cuando vemos a alguien perdido, es que comparte con nosotros los mismos espejismos. De ahí la tristeza. Podemos ver la vida de los demás sin juzgar si están perdidos o no, simplemente como un hecho, como una constatación, igual que contemplamos una montaña o un mar. Entonces es cuando realmente escuchamos. Y cuando lo que nos cuentan está lleno de belleza.

    ResponderEliminar
  6. Susana, ¡sí, escuchemos! Pero escuchemos con el aliento de la otra persona impregnándonos. Los blogs en Internet son como libros. Son lectura. La persona no está, aunque te puedan responder. Pero lo ideal son gestos, palabras, tacto... ¡Más saliva! ¡Menos bits!

    ResponderEliminar
  7. Enhorabuena por el artículo, maestro Gregorio.

    De todas las reflexiones apuntadas, de todas las frases escritas, me quedo con ésta, con tu permiso: "Viven en una selva, pero sólo transitan por los raíles del safari turístico." Mejor no se puede expresar lo que has querido decir.

    A mí, particularmente, no me gusta leer las sinopsis de los libros. Me conformo con saber a qué género se asdcriben. Gregorio, mejor ir selva a través, mucho más gratificante (y sacrificado).

    Te sigo desde "mi" Casa Deshabitada. Un saludo.

    ResponderEliminar
  8. Yo hago lo mismo, Alejandro. Lo primero que leo es el libro. Desnudo. Luego puedo leer los prólogos, las introducciones, las sinopsis... No siempre. Pero nunca antes del libro. Me gusta saber que hay personas que como tú aman también las selvas.

    ResponderEliminar
  9. Tal cual, Gregorio. Me gusta ir sin brújula. Como mucho contar con el Norte de un nombre propio, el del escritor, y correr hacia la aventura. Me pasa casi lo mismo con las películas.

    Como apuntas, los prólogos y reseñas o comentarios críticos para después de la lectura. Un saludo.

    ResponderEliminar

Comenta este texto