martes, 13 de noviembre de 2012

VELOCIDAD DE LA BELLEZA


«La belleza tiene velocidad como la luz y el sonido, pero no todos los artistas corren a su ritmo»
 
El edificio de la Fundación Rodríguez Acosta, en Granada, construido en los años 20 del pasado siglo, corre a una velocidad superior a la de la belleza (óleo de Nekane Manrique Mezquita)
 
Velocidad de la belleza
 
La belleza tiene velocidad, como la luz y el sonido, pero no todos los artistas corren a su ritmo. Como expresó el perspicaz poeta Jean Cocteau, hay  quienes corren a una velocidad inferior: son los epígonos, los pasados de moda. Sus seguidores están constituidos por nostálgicos y conservadores. Hay, sin embargo, quienes igualan la velocidad de la belleza: estos son quienes hacen un arte obvio y de tarjeta postal. Su éxito suele ser inmediato, aparecen profusamente en los medios y reciben sonados homenajes. Sus seguidores son las clases medias. Finalmente hay quienes van a una velocidad superior a la de la belleza: son los que causan escándalo, incomprensión o desdén, y son silenciados, ridiculizados o vilipendiados ¡hasta que la belleza se topa con ellos, y entonces sus obras se iluminan, resplandecen y revelan una despiadada hermosura! Sus seguidores son, primero, outsiders, locos, heterodoxos, y luego, simplemente, los hombres de todas las épocas.

            Cada creador, cada público, ama un tipo de velocidad. A mí me arrebata la última de ellas, la que sobrepasa como un bólido a la belleza. Allá donde me topo con algo o con alguien que viaja a esta velocidad, mi corazón percute aceleradamente, me emociono y me lleno de vértigo.

            Como un hambriento, busco en Granada esos cabos cañaverales desde los que surcar lo desconocido. El edificio de la Fundación Rodríguez Acosta es uno de ellos. Considerado en su día una construcción atrabiliaria y de mal gusto, hoy nos subyuga. A pesar de que se acerca al siglo de existencia, no ha perdido su osadía y exhibe orgullosamente desconcertantes rupturas, temerarias propuestas y una sorprendente unión de contrarios.

            El Cubo, sede de Caja Granada, es otra obra que fue concebida a una velocidad superior a la de la belleza. Motivo de mofas y execraciones en su día, hoy comienza a fascinarnos por la extraña conjunción entre lo sólido y lo etéreo, el sublime juego de sombras y luces, el misterio ancestral que componen columnas y lucernarios, y los impensados patios y sus íntimos pasadizos.

            Hay momentos históricos en los que toda una sociedad viaja a una velocidad superior a la de la belleza y entonces se producen los estallidos creativos, las edades de oro y de plata, la Barcelona modernista, la Generación del 27, el París de las vanguardias, el Nueva York de la posguerra. Otras épocas han igualado la velocidad de la belleza, como la España de la Transición, de la que emergió la Movida. Y otras, como la España de hoy, van a una velocidad inferior, y son un triste remedo de las Españas de otros tiempos. Pero agazapados en la oscuridad, en los recovecos, en las simas, invisibles a los contemporáneos, crecen los pilotos que retomarán el rumbo y, dejando audazmente atrás a la belleza, esperarán con sosiego a que ésta los encuentre.
 
GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 13 de noviembre, 2012


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta este texto