martes, 23 de diciembre de 2014

EL AGUINALDO

«Venían modestos y esperanzados a pedir el aguinaldo» 

Tarjetita con la que el barrendero felicitaba la Navidad

El aguinaldo 

No había porteros automáticos. Llamaban a casa y abrías sin preguntar. No tenías miedo. Abrías y era el barrendero, o el sereno, el cartero, el repartidor de IDEAL, el regador del distrito… que te deseaban “felices pascuas” con una tarjetita en la mano. Venían modestos y esperanzados a pedir el aguinaldo, que era de rigor, y mi madre iba y abría una caja de caramelos donde guardaba el dinero y les daba una gratificación. Y así un año tras otro… ¿hasta cuándo?
Tengo muchas de aquellas tarjetitas en mi mano, porque para mi madre eran un presente valiosísimo y durante toda la Navidad las exhibía sobre el repostero junto a los christmas que nos enviaban. Las barajo. “El sereno del distrito les desea felices pascuas y próspero año nuevo”. Y en el dorso, un ingenuo poema: “En toda y tanta porfía/ sólo inalterable habrá,/ el Sereno a quien el Cuerpo/ infunde continuidad./ Firme en el deber de su cargo,/ atento a cualquier llamar,/ en la noche ardiente o fría/ su ayuda no ha de fallar”. Y el repartidor de IDEAL, todos los años con su sucinta e idéntica tarjeta, porque ya se sabe, en casa del herrero, cuchara de palo. Y el barrendero, elegante en la imagen, casi un actor, también con su cándido poema: “Nunca acaban mis servicios/ pues hay gente descuidada/ que arroja por la calzada/ las mondas, los desperdicios,/ los papeles, las colillas…/ Y yo, tras las angarillas/ de agua, lo barro todo;/ quito inmundicias y el lodo/ sin que el ánimo me falle/ y, gracias a mi escobón,/ podéis andar por la calle/ como si fuera un salón”. Y el tendero, con el cuerno de la abundancia pintado junto al portal de Belén y su letrilla correspondiente: “Que siempre os alumbre/ en un largo andar/ la luz de la Estrella/ de la Navidad”.
¿Cuándo fue la última vez? El reguero de felicitantes fue desapareciendo hasta que una imprecisa navidad de los 70 no hubo ninguno y luego otra y otra… y hasta yo mismo me olvidé de la vieja costumbre. Pero de pronto, en una polvorienta carpeta, han aparecido los ilusionados papelitos y, de súbito, me han embargado las vísperas de las nochebuenas de mi niñez, el ambiente pletórico que se vivía en casa, la ilusión desbordante, la plenitud de aquellos quince días extraordinarios con el mundo suspenso y el corazón henchido… No había consumismo y quizá por ello el espíritu de la Navidad no se centraba en las cosas, sino en las personas.
¡Maravillosas navidades aquellas! Tan maravillosas que su fuerza me ha acompañado hasta hoy y no se disipará incluso aunque cumpla cien años. Más aún, a veces se extiende misteriosamente fuera de sus fronteras, y puedo tener la misma plenitud en febrero o en agosto o en septiembre, y, en ocasiones, dura tres, cuatro meses, en una suerte de caudaloso e interminable río. ¡Es que sembraron tanto! Sembraron mis padres, sembraron los prodigiosos mitos, sembraron aquellas personas que, como mensajeros de Osiris, requerían su pequeño óbolo, dichosos por el nacimiento del Dios…
He tenido suerte. Unas breves monedas de entonces me han proporcionado inagotables intereses, y así, mientras los gongs fraternos de los aguinaldos resuenan aún en mis oídos, la Navidad me embarga con intensidad infantil en este nuevo solsticio de invierno. ¡Cierto que recibes lo que das!

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 23 de diciembre, 2014 

2 comentarios:

  1. Magnífico artículo que me hace recordar maravillosas Fiestas donde lo importante era el trato familiar y cercano de las personas. Donde el dios dinero y el consumismo despiadado tenían poca presencia.
    Feliz Navidad a tod@s de corazón

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    1. ¡Si te ha hecho recordar maravillosas fiestas, entonces el objetivo está cumplido! Recordar es vivir de nuevo. ¡Feliz Navidad, Anónimo!

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