jueves, 21 de noviembre de 2013

TERREMOTOS

«El ganador de Almuñécar puede incurrir en aquello que los griegos llamaban hibris» 

Un solo acertante... ¡y cien millones de euros! en el sorteo de los Euromillones del viernes 15 de noviembre 2013 (foto: IDEAL
Terremotos 

Vivimos en tierra sísmica. Tenemos terremotos un día sí y otro también, el último el sábado en Atarfe. Uno ha crecido sintiendo temblar las casas, siendo bruscamente zarandeado en la cama, viendo cómo de pronto las lámparas bailaban. ¡Pero qué leves son los terremotos telúricos comparados con los vitales, con los psíquicos! Un día abrazas a un ser querido y al día siguiente se ha marchado para siempre. Un día estás feliz y al día siguiente te abruma la más feroz depresión. Un día eres pobre de solemnidad y al día siguiente te han tocado cien millones en la Primitiva, como a ese vecino de Almuñécar al que buscan ávidos bancos.
No, no estamos libres de los terremotos, de unos salimos ilesos pero otros nos dejan marcados. Incluso la pérdida se suaviza con el tiempo, pero lo de convertirte en Creso en diez segundos puede ser demoledor. ¿Qué hará una persona acostumbrada a rascarse los bolsillos cuando pueda gastar indiscriminadamente? ¿Cómo se comportará un sufrido ciudadano con el poder que proporcionan cien millones de euros? Una cosa es acostumbrarse progresivamente a la riqueza y otra que te caiga como una maceta sobre la mosta.
El afortunado ganador de Almuñécar puede incurrir en aquello que los griegos llamaban hibris, un sentimiento desbordante de orgullo, una tifónica ola de soberbia, una desmedida creencia en la fuerza personal que arrambla de pronto con las convenciones y que siempre acaba en el abismo. Es la ley del péndulo. Cuanto más se ha contenido uno, cuantos más aros ha debido engullir, más se expande hacia el otro extremo y es como un devastador terremoto de esos que no hemos visto desde el de Alhama de 1884.
¡Y no hay que gastarse un euro! Basta con la creencia de que al fin se ha hecho justicia con uno y que ya está bien y ha llegado la hora de no padecer. Y entonces el “afortunado” se lanza a una lunática carrera de despropósitos y errores. Dolido deja a sus familiares cuando comprueba que el dinero que les ha regalado no le granjea más amor, sino envidia y desdén. Abandona a sus amigos cuando se percata de que el dinero no sólo no puede comprar su amistad, sino que constituye un serio obstáculo. Desarraigado, se confía a quienes le halagan y es engañado y traicionado una y otra vez. Busca con desesperación refugio en los bienes materiales y se compra coches, apartamentos y casas, pero se angustia cuando observa que sólo puede llenarlos venalmente, que su experiencia está siempre mediatizada por el dinero, y se aterra al comprobar que allá a donde va tiene que encontrarse a sí mismo ¡al único que no puede sobornar! Entonces pone pies en polvorosa montado en los euros y, cuanto más lejos cree estar, más desconsolado, más desorientado, más separado de la realidad.
¡Llegará el tiempo en que maldiga su suerte! Siempre llega un tiempo así, pero entonces hay un apego tan feroz al dinero y a la posición social que proporciona, que ya no puede hacer nada sino arrostrar la corrosión y prepararse para los sucesivos terremotos que habrán de sobrevenir. ¡Y a pesar de todo yo querría que este terremoto sucediera en mi vida! Pero mientras tanto me conformo con salir indemne de las aleves movidas sísmicas granadinas.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 19 de noviembre, 2013

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