martes, 20 de agosto de 2013

VERANO EN BUBIÓN

«Vengo a Bubión a volverme indefenso» 

Atardecer de un día de verano en Bubión 
Verano en Bubión 

El verano es una hora sin tiempo al mediodía en la que se condensan todas las horas y en la que lo somos todo porque nos hemos abandonado a todo. No hay verano sin esta hora y no hay vacaciones sin varios días experimentado esta hora. La única condición para ello son el silencio y la soledad. Quienes veranean en lugares masificados no tienen vacaciones.
Mientras las playas están llenas, los senderos están vacíos. Desde la eternidad de Bubión, me entrego a esta hora y conjuro así el tiempo y soy plenamente todos los que he sido y seré. Sin ordenador, sin smartphone, sin GPS, me echo a la montaña y me pierdo en La Cebadilla y subo al Cortijo de las Tomas y regreso a Capileira y a Bubión por el cauce de las acequias, y cuando llego a la casita que he alquilado, me está esperando un reloj de arena del que no se desprende un solo grano y me embarga la totalidad de los niños, en la que el tiempo es tan espeso como el betún y una gota tarda siglos en desprenderse.
Me echo una siesta en un silencio que reverbera y, cuando despierto, el sol está aún alto, es otro día en el mismo día, el tiempo se ha detenido o multiplicado, y aún puedo leer en la terraza desde la que contemplo las casitas apiñadas, darme una ducha, ir a pasear por la carretera y tomarme un vino en el Teide.
Ayer fui a Pitres por la Peña del Ángel y Capilerilla. Mañana subiré al refugio de Poqueira. Otro día iré a Puente Palo. ¡Qué milagro me parece tener dos piernas y poder andar cuanto deseo, subir pendientes, patear trochas, cruzar atajos! La misma sorpresa que debió de poseer a nuestros antepasados ante la maravilla de la rueda y la velocidad a que conducía, la misma estupefacción de nuestros bisabuelos cuando contemplaron los primeros automóviles, me embarga habiendo vuelto al más primitivo medio de locomoción. ¡Nada como andar! Las ruedas te aíslan, aunque sean las de una bicicleta. Ir sentado y moverse a determinada velocidad limita el espacio y le roba su grandeza y su misterio.
Viviendo la dictadura del automóvil, los pies son el descubrimiento. Por eso vengo repetidamente a Bubión, jardín cerrado para coches, paraíso abierto para caminantes. Vengo para volverme indefenso y andar por las montañas con mi sombrero, mi hatillo y mis botas, y luego dormir con el candor de los niños y sentir su tiempo desnudo y sin abalorios.
Sin retornos periódicos como este, la civilización resultaría insoportable. Unas vacaciones para mí no son tiempo libre, sino liberación de la profilaxis cotidiana, cese de la existencia aséptica que envuelve como algodones nuestras vidas ciudadanas y troca al niño que debe vivir en nosotros por un engreído Peter Pan.
Aunque también habrá ruido en Bubión, el de las fiestas que comienzan este fin de semana, pero no será como los cláxones afilados de una feria urbanita, sino como la silvestre fogata de media noche en torno a la cual se danza. ¡Y eso haré junto a Teresa Melguizo, Denyse Bertrand, Isabelo Herreros, Fernando de Villena, Antonio Méndez, Javier Valenzuela y otros amigos! El caminante solitario extrae su fuerza de la tribu a la que ama.

GREGORIO MORALES
Diario IDEAL, martes, 20 de agosto, 2013

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